“Envíame una foto para saber qué llevas puesto y dónde estás”.
“No me ha gustado esa foto que has colgado en Instagram”.
“He visto el doble check azul hace más de una hora. Si has leído mi mensaje ¿por qué no me contestas?”.
La violencia de género no es solo la violencia física. Incluye, según la definición de la ONU, todo acto que tenga como resultado “un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres”, incluyendo las amenazas y las coacciones. También las que se llevan a cabo usando el móvil y las redes sociales, que han traído nuevas formas de controlar, acosar y humillar a las mujeres por el mero hecho de serlo.
Es decir, la violencia no se queda solo en las agresiones físicas. Tal y como recoge la Fundación Mujeres en un documento sobre la violencia de género (pdf), el maltrato y la violencia machista se manifiestan de formas que también incluyen el aislamiento, el control, las amenazas, el chantaje emocional y el abuso económico, entre otras. Y muchas de ellas se pueden llevar a cabo con el móvil.
De hecho, a veces incluso se habla de “nuevas violencias”, como apunta Ianire Estébanez, psicóloga y educadora. Estébanez, que también es coautora de un estudio para el Gobierno vasco sobre sexismo en las redes sociales (pdf), explica a Verne que muy a menudo “se reproducen las mismas situaciones que se dan en otros contextos sociales”, ya que la raíz de estos problemas, como ocurre con otras opresiones, es social y no tecnológica. Lo que sí es cierto es que las formas que adopta esta violencia pueden mutar y adaptarse a estos nuevos canales.
Estébanez nos habla de tres tipos de nuevas violencias:
1. La violencia de control (“si no tienes nada que ocultar, déjame leer tu WhatsApp”)
La tecnología “favorece, hace más sencillo” este tipo de violencia, como explica Paz Lloria, codirectora del máster en Derecho y Violencia de Género de la Universidad de Valencia.
En este contexto se vigilan las amistades, se revisan las conversaciones de WhatsApp, se puede exigir que se borren ciertas fotos de Instagram por no considerarlas apropiadas o incluso pedir a la pareja que envíe una foto para saber dónde está, entre otros ejemplos. Es decir, “se sigue por estos medios con los celos y la idea de posesión”, explica Estébanez.
Algunas de las consecuencias de estas acciones llevan a que la mujer pierda su libertad, se sienta deslegitimada para tomar decisiones por sí misma y sienta miedo a desobedecer a su pareja, como explica la Fundación Mujeres.
2. El ciberacoso sexual (“¿por qué te pones así? Solo quiero conocerte”)
En su trabajo para el Gobierno vasco, llevado a cabo con conversaciones con adolescentes, Ianire Estébanez y Norma Vázquez hablan de la frecuencia con la que las mujeres reciben en redes sociales "solicitudes de amistad unidas a un comportamiento o acoso sexual”.
Y añaden: “Ser chica es el motivo por el que hombres desconocidos o conocidos, mayores o de su edad, se permiten el derecho de enviarles mensajes, intentar conseguir sus fotografías o vigilar sus perfiles en busca de informaciones íntimas”.
“Es un acoso que puede ser constante -nos explica Estébanez-. Algunos dicen que es ligar, pero no tiene nada que ver: no hay consentimiento y cuando se les pide que paren, siguen insistiendo”.
El estudio menciona la normalización con la que en muchas ocasiones se ven estas acciones: se trata de “algo que ocurre en las redes sociales”, algo “inevitable, algo que toca por ser chica o mujer”. Esta normalización no permite percibir estas situaciones “como un acto de violencia asociado al género”.
Lloria está de acuerdo en que esta normalización de ciertas conductas hace que nos parezcan adecuadas acciones que no lo son, ya se den “un entorno analógico o digital”, y alerta sobre todo cuando se trata de acciones reiteradas. En estas situaciones puede resultar difícil saber si hay que denunciar o no, pero Lloria recomienda que, ante la duda, se denuncie “o se pida ayuda a los centros de asistencia de los municipios o al 016”.
3. El ciberacoso sexista (“mirad a esta tía”)
Otro tipo de nueva violencia más directa es la que tiene que ver con insultos y humillaciones. Estébanez hace hincapié a los que llegan a viralizar, dado que requieren la colaboración de mucha gente. “Además del agresor que lo ha iniciado todo publicando una foto sin permiso, o un vídeo o unos insultos, hay personas que reenvían y comparten estos contenidos” y que, en consecuencia, también participan en esta violencia.
Lloria recuerda que estos atentados contra la intimidad no son nuevos, pero la viralidad de algunas de estas acciones puede contribuir a su alcance y a sus efectos. “Si alguien cuelga la foto de una mujer en las paredes de la universidad tiene un alcance más limitado que si comparte la misma foto en redes sociales y WhatsApp”.
En este sentido podríamos recordar el caso de la joven italiana que se suicidó en 2016 a causa de la difusión de un vídeo con contenido sexual en el que decía una frase que llegó a compartirse en camisetas, grupos de Facebook, canciones en YouTube e incluso vídeos protagonizados por futbolistas.
Las redes también pueden ser un apoyo
Lloria apunta que “no hay que demonizar a la herramienta ni culpar a la víctima”: si un hombre difunde una imagen privada de una mujer, la culpa no es de ella por enviársela ni de los fabricantes de móviles por permitir el envío fácil de archivos, sino de quienes difunden y comparten.
De hecho, Estébanez apunta que las redes sociales tienen también sus ventajas. Por ejemplo, muchas mujeres pueden hablar de lo que les pasa y “denunciar de forma colectiva. Pueden ser una red de apoyo”.
Lloria apunta que las adolescentes y las jóvenes son más vulnerables a estas formas de violencia, “porque estadísticamente son quienes más usan estos medios”, pero también recuerda que son quienes tienen más conocimiento de cómo manejarlos. En cambio, entre mujeres de entre 30 y 50 años pueden darse menos casos, “pero también puede haber más desconocimiento a la hora de defenderse”.
Violencia de género "desde el primer escalón"
Lloria apunta que “en términos técnico-jurídicos, solo se considera violencia la física”. De hecho, desde un punto de vista legal, la violencia psicológica sería intimidación y la de control, “una situación de coacción”. Pero “en un sentido social se puede hablar de violencia de control”, que es necesario prevenir y, en ocasiones, castigar penalmente.
La penalista recuerda que estas situaciones son a menudo el inicio de una escalada que acaba en abusos y agresiones. Al respecto, recuerda la “historia de Pepa y Pepe”, de la socióloga del Instituto de la Mujer de Andalucía Carmen Ruiz Repullo. En esta historia se representa la violencia de género en una escalera en la que los dos protagonistas, adolescentes que acaban de comenzar una relación, van subiendo peldaños. En cada escalón, Pepe controla un poco más a Pepa.
Como explica Ruiz Repullo, a menudo se asocia la violencia de género solo con golpear y agresión sexual solo con violar. “Esto se llama violencia de género desde el primer escalón", explica en el vídeo.
Muchas de estas acciones están penadas por la ley. Por ejemplo, mirar el móvil de la pareja (o de cualquier otra persona), y la difusión de datos personales, incluyendo vídeos, audios o fotografías de uno mismo en situaciones comprometidas o íntimas, que se pueden usar para humillar, chantajear o amenazar.
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