El color de 2019, según Pantone "nos llena de calidez y aliento", y es una "reacción a la embestida de la tecnología digital y las redes sociales". Es el llamado living coral, coral vivo.
En ocasiones tenemos problemas para ponerle nombre a nuestros colores. ¿Esta camiseta es lila o es morada? ¿El rosa palo es claro o es oscuro? ¿Esta muestra de Pantone es coral, roja o salmón? Puede que incluso alguno crea que “no ve” o “no distingue” tantos colores como otra gente solo porque se lía con los nombres.
Pero no es así: siempre que no tengamos un problema de visión como el daltonismo, todos somos capaces de diferenciar más de dos millones de colores diferentes, con pocas diferencias culturales o individuales, como explica a Verne Julio Lillo Jover, catedrático de Ergonomía de la Universidad Complutense de Madrid y coautor de Percepción del color y daltonismo.
No es lo mismo diferenciar o discriminar colores que categorizarlos, es decir, darles nombre. Como explica también Lillo, en español tenemos 11 categorías básicas de color: rojo, verde, azul, amarillo, blanco, negro, gris, marrón, naranja, rosa y morado-violeta. Con este término, los estudiosos del color se refieren a las categorías que comparte la mayor parte de la población. El número y los referentes de estas categorías básicas son muy similares a las de otros lenguajes de culturas tecnológicamente desarrolladas, como explica Lillo en su libro.
De hecho, los colores suelen surgir en los diferentes idiomas en un orden bastante similar. Estas similitudes "derivan de la existencia de factores universales en la percepción-cognición del color", explica Lillo. Si una lengua sólo tiene dos términos básicos, estos probablemente reflejarán la diferencia entre colores fríos (negruzcos, azulados y verdosos) y colores cálidos (blanquecinos, amarillentos y rojizos). Si una lengua incluyese tres términos básicos, el tercero probablemente surgiría de la diferenciación entre colores cálidos blanquecinos (la nueva categoría) y amarillento-rojizos.
Además de por factores universales, la evolución de las categorías cromáticas también depende de factores culturales. Estos no sólo determinan el número de categorías (entre 2 y 12) sino también, en parte, su identidad. Por ejemplo, mientras que el español hablado en España o México tiene 11 categorías básicas, el utilizado en Uruguay incluye una más, el color celeste, similar a la existente en el turco, italiano, ruso, griego y japonés moderno, entre otros. El celeste (azul claro) sería comparable en este caso al rosa, que para nosotros no es solo un rojo claro. Como explica Lillo, el hecho de que en Uruguay el celeste sea una categoría básica derivaría de causas culturales muy concretas, como el color de la bandera y la llegada de inmigrantes italianos al país.
Esto no quita que podamos distinguir decenas de miles de tonalidades diferentes dentro de cada una de estas categorías. Por ejemplo, hablamos de verdes claros, oscuros, pálidos, vivo… Y todos son verdes. También podemos hablar de categorías secundarias, como el verde lima (con un tono amarillento) o el verde esmeralda (más azulado).
Es decir, si estamos comprando corbatas y nuestro acompañante nos dice que prefiere la color coral a la fucsia, es posible que no sepamos a cuál de las dos se refiere porque desconocemos estas categorías de color. Esto no quiere decir que no veamos que se trata de dos tonos diferentes, solo que necesitamos que nos aclaren que el fucsia es en este caso el más intenso. Vemos el color, pero no hemos aprendido su nombre concreto.
¿Recuerdas el verde pistacho o el verde botella?
El hecho de tener unas categorías determinadas tiene sus consecuencias. Por ejemplo, en la memoria. Si tenemos un desconchado en la pared no podemos ir a comprar pintura confiando en que recordaremos el tono exacto de color. Como apunta Lillo, tendemos a recordar que algo era de color verde, pero no necesariamente el verde concreto.
Es más, en nuestro recuerdo, el color tiende a acercarse a lo que más o menos consideramos el ejemplo ideal para cada categoría y que, como recuerda también Lillo, es muy parecido para casi todo el mundo. Es decir, cuando pensamos en el color rojo o el verde (en abstracto), a todos nos viene a la mente un color similar.
Como explica Lillo, también es normal que pongamos más etiquetas a los colores a medida que vamos necesitando identificarlos, sobre todo cuando el color es a menudo la única manera de diferenciar entre algunos productos fabricados en serie.
-¿Cuál es tu coche? Veo tres Polos.
-El azul.
-¿El marino o el celeste?
Muchas de estas categorías las aprendemos por nuestra profesión o nuestros intereses. Un restaurador de arte medieval sabe perfectamente qué tono es el azul ultramar, un joyero no tiene problemas con distinguir el verde esmeralda y un diseñador de Pantone probablemente reconocerá a la primera el color coral.
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