La Nochebuena también es 'Nochegüena'

¿Desde cuándo esta 'g' está mal vista?

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Cambios como güeno por bueno los encomtramos en cualquier punto de la geografía hispanohablante
Cambios como güeno por bueno los encomtramos en cualquier punto de la geografía hispanohablante.

Es una hipótesis, pero todo apunta a que se va a cumplir: si tu cena de Navidad evoluciona favorablemente y termina con el episodio clásico de exaltación de la amistad, es posible que acabes deseando chispeantemente una feliz Nochegüena a tus cuñados o atrayendo por el cuello hacia ti al plúmbeo responsable administrativo de tu oficina para declararle en público: este tío es güeno, güeno, güeno. Superada la resaca y si aún te queda cuerpo y vergüenza, dedícanos un rato para que te podamos explicar por qué en tu festiva deriva navideña la expresividad te ha llevado a hacer güeno a lo que igual no era ni siquiera bueno.

Agüelo, nochegüena o güelta son formas comunes en la lengua poca elaborada para referirse a abuelo, nochebuena o vuelta; los ejemplos se dan muy comúnmente cuando sigue el diptongo ue pero también en otros casos como golver, gomitar o gofetá para volver, vomitar o bofetada.

Los cambios entre los sonidos que representamos con las consonantes be-uve y ge son comunes en el español actual y se dan en las dos direcciones: también encontramos casos como abuja para aguja. Estos desplazamientos no son exclusivos o propios de una zona concreta del mundo hispanohablante, lo que nos permite hacer una segunda hipótesis tan fundamentada e inútil como la primera: en la noche del 24 de diciembre, hablantes de español de todo el mundo se referirán a la Nochebuena como Nochegüena. Es decir, no estamos, pese a lo que muchos piensan, ante un rasgo ni exclusivo ni proveniente de Andalucía, sino general en el español.

Este cambio está basado en las propiedades que tienen ciertos sonidos y en cómo nosotros los acercamos y asimilamos al pronunciar. La be y la ge que bailan en la pronunciación de güeno son, respectivamente, un sonido labial (el que se representa con b o uve) y un sonido velar (el que representa la g ante la o y u de los ejemplos). Si la cabeza aún te da para estos detalles, te especificamos que el sonido que escribimos con ge en gato, gota, agüelo o nochegüena se llama velar porque se produce en el la parte trasera del paladar o velo de la boca. Pues bien, sonido velar y labial se encuentran muy relacionados y puede ocurrir que uno se desplace hasta convertirse en otro (técnicamente hablamos de labialización o velarización). Si pronuncias abuela y agüela verás que, además de evocar a tu tierna progenitora, estás desplazando el sonido hacia la parte de delante (labial) o trasera (velar) de la boca.

Si lo observas bien, el paso de be a ge se da fundamentalmente cuando siguen vocales como u y o; en esos casos hay una cierta equivalencia acústica entre ambos sonidos. Si pronuncias de manera aislada o, u y luego e, i verás que las dos primeras se pronuncian en la parte más atrasada de la boca, de hecho las llamamos “vocales posteriores”. Ocurre que esas vocales ayudan a que atrasemos la consonante.

Vocales, bocas y sonidos tienen las mismas características en hablantes de Sevilla, de Zaragoza o de Montevideo, por eso este tipo de cambio en los sonidos lo podemos encontrar en cualquier punto de la geografía hispanohablante y también, como mostró la pionera filóloga decimonónica Karolina Michaëlis, en otras lenguas como el catalán, el portugués, el rumano o el italiano. Pertenece, pues, a la categoría de esos cambios en los sonidos que se daban posiblemente incluso antes de que existiese la Nochebuena.

Otra cosa es, claro está, la caracterización que damos a este rasgo. Hoy los hablantes lo consideran vulgarismo, un rasgo comparable a cambios de posición en las consonantes como cocreta o a otras asimilaciones como la de almóndiga. Productos audiovisuales propios de un güen día de resaca muestran este rasgo con intención jocosa; me refiero a la descacharrante película To er mundo e güeno, del onubense Manuel Summers (de los primeros en usar la cámara oculta en España) y a himnos de autoparodia como la canción Qué güeno que estoy de Los mojinos escozíos. De manera involuntaria, alguien en Badalona llegó a vender en un anuncio manuscrito “costo del güeno”, revelando así un escasa habilidad ortográfica.

No obstante, como en otros rasgos de nuestra lengua, vemos que lo que hoy es claramente percibido como rasgo rechazable, circunscrito al habla poco cuidada, fue en otro tiempo un rasgo de valoración más neutra. El humanista conquense Juan de Valdés declaró en el siglo XVI que le ofendía el sonido de güevo por huevo pero otros gramáticos del español de esa época no censuraron en absoluto dicha pronunciación. Y ello era así porque en los siglos XVI y XVII el uso de esta forma en el discurso público no era considerado un rasgo estigmatizado socialmente y alternaban las dos formas. Incluso en alguna ocasión la pronunciación de gu por bu ha llegado a perpetuarse en la escritura de una palabra; así, la forma buhardilla (desván) conoce la variante guardilla y la forma yubo se dio como variante de yugo.

Pero ya en el siglo XVIII los casos de agüelo, güeno y similares nos muestran que este rasgo había empezado a sentirse vulgar. En esa época, cuando la literatura comienza a reflejar a personajes populares y a caracterizarlos lingüísticamente, encontramos casos de este tipo usados deliberadamente para representar a personajes poco prestigiados o representantes del saber popular. En la boca del gaucho argentino Martín Fierro (1872), retratado por José Hernández, los casos de gu por bu no faltan. El gaucho decía retador: “Siempre me tuve por güeno / y si me quieren probar / salgan otros a cantar / y veremos quién es menos”. Pero tú no te hagas el gaucho: mejor no te lances al ruedo del canto en público por mucho que estés en plena eclosión festiva. Con mis mejores deseos de una Nochegüena digna, feliz Navidad.

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