Visitar otros lugares está en nuestro ADN. Ocurre en La Biblia y en La Odisea de Homero. Pero las vacaciones o el veraneo (hacer un parón en el trabajo para ir a otro lugar a descansar o a conocer cosas nuevas) es un fenómeno mucho más reciente. Aunque en España llegó antes de lo que se suele pensar.
"El turismo moderno, convertido en una industria, es en realidad la forma que ha tenido la sociedad de renovar la mirada sobre algo que siempre ha existido: la necesidad de viajar", comenta a Verne Ana Moreno, profesora de Historia Moderna y Contemporánea en la UNED y experta en la historia del turismo. "La revolución turística tal y como la conocemos, va en paralelo a la revolución industrial", cuenta por teléfono.
Los medios de transporte, como ocurrió siglos antes con las calzadas romanas, fueron la clave para que una pequeña parte de la sociedad europea, la más acomodada, empezara a veranear. Reino Unido fue uno de los países que inventó el concepto.
Desde el siglo XVII, los británicos de clase media-alta "bajaban al sur" en lo que se llamaba el Grand Tour, una visita a Italia y Francia para empaparse de arte y cultura. En el XIX, cuando el ferrocarril se convirtió en un transporte más asequible, Thomas Cook ya organizaba tours en grupo por Suiza, Francia e Italia, ya se editaban las primeras guías de viajes e ir a pasar el rato a los baños termales ya no era un entretenimiento de lujo. Con estos antecedentes, las vacaciones empezaban a ser un asunto de todos.
El pintor italiano Pompeo Batoni se convirtió en la Polaroid de los turistas británicos que pasaban por Italia con su Grand Tour. Su retrato de Francis Basset, primer barón de Dunstanville, forma parte de la colección del Musel del Prado.
"Al contrario de lo que mucha gente cree, la clase obrera ya se incorporó al turismo en la España de los años anteriores a la Guerra Civil. La Segunda República se preocupaba especialmente del tema; deseaba democratizarlo y que se convirtiera en un derecho en vez de en un lujo, pero el conflicto bélico lo paralizó todo", comenta Garrido.
Coincide con ella Rafael Vallejo, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Vigo. "Puede que el automóvil no estuviera tan desarrollado en la España de esa época como en Estados Unidos, pero formas colectivas de transporte por carretera como el autobús lo ponían algo más fácil a la gente para hacer turismo interior".
La prensa ya reflejaba el fenómeno, apunta el historiador: "Términos como bañista, excursionista, veraneo y veraneante ya empiezan a encontrarse en la prensa española en la década de 1890. Y ya puede leerse sobre la industria de los forasteros (ya fueran extranjeros o españoles) en 1910".
De hecho, en los años 30 en los que los españoles empezaban a tener vacaciones, el turismo no era sinónimo de hordas de extranjeros invadiendo nuestras playas y ciudades. Aunque atraer al viajero de fuera era, precisamente, nuestro anhelo.
Un sueño convertido en pesadilla
"A España le costó entrar en el selecto club de Suiza, país que inventó el concepto de hostelería, Francia e Italia. Entre 1900 y 1930, fue un lamento habitual el no atraer el interés de los visitantes ricos, solo San Sebastián, el lugar de veraneo de la realeza, lo lograba", recuerda Vallejo.
El Patronato Nacional del Turismo (PNT) fue un antecedente del actual Instituto de Turismo de España (TURESPAÑA). Se creó en 1928, durante la dictadura de Primo de Rivera, y desaparecido con la llegada de la Guerra Civil. Se encargaba de promocionar los encantos de todos los rincones de España, tanto para locales como para extranjeros.
A medida que avanzaban los derechos laborales a partir de los años 50 y poco a poco se hacían más comunes los días festivos, las vacaciones pagadas y las pagas extras, se fue consolidando el veraneo español, como ocurría en el resto de Europa.
Y el sueño español de convertirse en potencia mundial del turismo extranjero se hizo realidad. "El boom llegó durante el franquismo, pero lo hizo de forma espontánea. Los turoperadores extranjeros buscaban nuevas propuestas para sus clientes y encontraron en España un lugar barato lleno de playas vírgenes al lado de sus destinos habituales, así que decidieron explorarlo. El Gobierno de Franco se dio cuenta pronto y también aprovechó la oportunidad. El turismo se convirtió en el petróleo español, como lo llamaba Fraga", cuenta Ana Moreno.
Entonces los españoles empezamos a compartir nuestros destinos vacacionales con los turistas de otros lugares. También empezamos a veranear fuera de nuestro propio país. Pero la masificación ya existía en otras épocas, puntualiza Rafael Vallejo: "No llegaba a los niveles actuales, aunque ya en los años 30 se celebró una conferencia en la Costa Brava sobre el turismo masivo de la zona. En los 50 y 60 apareció el concepto de apartamento turístico, aprovechando un vacío legal de la Ley del suelo".
Con la llegada en las últimas décadas de los vuelos de bajo coste y los alojamientos alternativos tipo Airbnb, el turismo ha demostrado ser una de esas industrias depredadoras. "Lo es como lo puede ser la de la alimentación o la de la ropa", admite Moreno.
A pesar de que el sueño español se tornó en pesadilla, una que enfrenta Barcelona o Magaluf y que se reproduce en muchos otros puntos de Europa, los expertos mantienen cierto optimismo ante los retos que plantea el turismo masivo. Vallejo cree que "varias estrategias de restricción pueden regular lo que está ocurriendo y Moreno considera que el viajero "ya está desarrollando una conciencia turística". Para ellos hay esperanza y, quizá en un futuro, el veraneo vuelva a ser una de nuestras mejores actividades como sociedad.
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