Decir “te quiero” es algo muy serio. Lo que nos han enseñado series y películas es que hay todo un ritual que rodea el momento en el que se lo dices a alguien. Debes elegir bien el cuándo y no hacerlo demasiado pronto en la relación, como le pasó a Ted Mosby en Cómo conocí a vuestra madre cuando se lo dijo a Robin en su primera cita. Tampoco puedes demorarte demasiado. Y, si la otra persona te lo dice, solo hay una respuesta correcta: “Yo también te quiero”. A no ser que seas Han Solo y puedas contestar “lo sé” y salirte con la tuya.
En la vida real las cosas no son tan blancas o negras, aunque decir “te quiero” por primera vez en un contexto de pareja sí es un momento clave. Francesc Núñez, sociólogo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica que es una frase “casi sacramental”. “Cuando dos chavales jóvenes se atreven a decirse te quiero es algo performativo, están haciendo presente ese amor y además lo están institucionalizando”, asegura a Verne por teléfono.
La importancia de esa primera vez se refleja en que en muchas ocasiones la situación queda grabada en la memoria. María Rodríguez, de 35 años, recuerda ese momento: cuando su pareja se lo dijo estaban en el coche de ella, aparcados junto al mar, y estaba anocheciendo. Dice que todo fue “un poco locura” porque a las tres semanas de conocerse ya se fueron a vivir juntos. Trece años después, la relación continúa.
Lara Martínez, de 36 años, lo dijo porque lo sentía, pero por error. “Fue porque interpreté mal un SMS”, cuenta a través de un mensaje. En el sms ponía algo como “bajas y te doy un tq”. Ella interpretó ese “tq” como “te quiero”, aunque lo que quería decir su ahora marido era “toque”. “Me emocioné tanto que le contesté que yo también le quería”, recuerda. Él no la sacó de su error. “Yo creo que en el fondo él ya me quería también ahí”, asegura.
Que el "te quiero" se grabe en la memoria tiene su explicación científica. Wendy Suzuki, profesora de Psicología y Neurociencia en el Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York, cuenta en una entrevista para el proyecto Aprendemos juntos que “la resonancia emocional fortalece las memorias”. Ella lo comprobó de primera mano cuando, de adulta, propuso a sus padres empezar a decirse “te quiero”. Su padre, en aquel momento, tenía ya demencia y se olvidaba de las cosas, pero “ese domingo, y todos los domingos después de aquello, él siempre se acordaba de decirme te quiero primero”, recuerda.
“Creo que, para mi padre, lo que hice fue memorable. Su hija adulta le preguntó si podía decirle que lo quería; quizás su amor por mí o el orgullo que sintió por que esto hubiera pasado creó un nuevo recuerdo a largo plazo para él”, asegura en la entrevista.
De padres a hijos y de hijos a padres
El "te quiero", tan institucionalizado y esperado en las relaciones de pareja, no es siempre tan común en una relación en la que el amor fluye de manera natural: la de los padres e hijos. Como le pasó a Wendy Suzuki, hay mucha gente en España que no intercambia tequieros con sus progenitores o con sus hermanos.
Carlos Álvarez, de 46 años, cuenta que se lo dice todo el rato a su mujer y a su hijo, y que lo hace para “enmendar” el error de sus padres. “A nuestra generación no nos lo dijeron ni nos enseñaron a decirlo”, explica a través de un mensaje. Aunque concede que “hay otras formas de expresarlo”, dice que ahora que sus padres se hacen mayores y “empiezan los achaques”, le molesta ser “incapaz” de decírselo.
El sociólogo Francesc Núñez cree que sí que ha habido un cambio generacional en este sentido. “En determinadas generaciones y en determinada época era un acto de expresión emocional costoso”, cuenta. Hay muchos padres y madres jóvenes que ahora les dicen “te quiero” a sus hijos, algo que, en su opinión, tiene que ver con “todo el triunfo reciente de determinada psicología positiva y determinadas corrientes pedagógicas que insisten en la importancia de reforzar a los hijos en sus emociones, de transmitirles confianza en ellos mismos, de ser asertivos…”.
Para él, ese decir “te quiero” a los hijos por ejemplo todas las noches es un ritual importante, que es positivo y refuerza y confirma las emociones, pero que tiene también sus peligros. “Todo lo que es ritual puede perder sinceridad o fuerza emotiva”, dice el experto.
No decirlo nunca o decirlo demasiado
Esto, que si se dice mucho pierde valor, es lo que cree Sara Regueiro, de 58 años. Para ella, decir y oír “te quiero” es bueno, pero opina que “es muchísimo mejor sentir cómo te lo demuestran y demostrarlo”. En su opinión “se ha abaratado muchísimo el mi amor y el te quiero” y son otros detalles los que muestran el amor. “Las palabras, por mucho que se repitan, sin hechos están huecas”, afirma. Existe una especie de división entre la gente que opina como Sara y la que cree que no decimos “te quiero” lo suficiente.
Francesc Núñez explica que esto se debe a las dinámicas culturales y emocionales de cada uno. “Para la gente que está acostumbrada a decirlo, el no hacerlo es como privarte de ese afecto y esa complicidad”, dice. En el caso contrario, para la gente no acostumbrada a pronunciar esas palabras, “es muy difícil poder decirlo porque parece que estés banalizando algo tan serio como el amor entre padres, hijos o esposos”.
El equipo de la plataforma de psicología online Ypsihablamos cuenta a Verne que hay varios lenguajes que expresan los vínculos afectivos. “Puedes ser una persona con predominancia auditiva, por tanto, el tono y las palabras serán importantes para ti, son aquellos para los que oír un "te quiero" cada poco marca la diferencia”, explican. Pero si eres “alguien más táctil, serán las muestras físicas de amor las que te llegarán más”.
Los beneficios de decirlo o que te lo digan son los mismos que con cualquier otra muestra de cariño que consideremos importante. “Cuando demostramos o recibimos muestras de cariño, liberamos una hormona que se llama oxitocina, asociada al éxito reproductivo”, explican. La oxitocina es un neurotransmisor “que juega un papel muy importante en los vínculos emocionales que establecemos con nuestros seres queridos, así como en la confianza, el altruismo, la empatía y la compasión”.
La influencia cultural
Aunque en España lo de decir “te quiero” mucho y abiertamente no es lo más habitual en muchos contextos, en otros países son mucho más dados a pronunciar las palabras mágicas a pareja, familia y amigos. Lourdes Ivette, puertorriqueña que cumplirá 60 años en diciembre, cuenta lo sorprendida que se quedó cuando su nuera, madrileña, al escucharla a ella y su familia decirlo, les comentó que “en su casa sus padres, que son muy buenos y amorosos, nunca le dijeron ‘te quiero”.
José Carlos Illanes, de 38 años, tuvo el shock cultural al revés. Cuando llevaba unos meses viviendo en México, se dio cuenta de una cosa. “Aquí todo el mundo me decía todo el rato te quiero, amigo, te quiero”, cuenta, y, aunque le parecía un poco exagerado, empezó también a sentirse culpable. “Creo que a mi madre nunca le había dicho "te quiero”.
Así que, en un día de morriña en navidades, llamó a su madre. “Le dije, mira, mamá, que nunca te he dicho esto, pero que sepas que te quiero”, explica. La respuesta de su madre le borró todo el peso emocional a la situación. “Me contestó: boh, ¡eso ya lo sé, hombre”, continúa José Carlos. Él insistió. “Bueno, pero que te lo digo porque hay que decirlo”. Ella siguió en lo suyo. “¡Bah! ¡Esas cosas no hace falta decirlas!”. Y así discutieron un rato hasta que ella cedió un poco. “Venga, vale, que sí, que yo también te quiero”, cuenta él entre risas.
El sociólogo Francesc Núñez dice que la historia de Illanes le recuerda a un japonés al que entrevistó en una ocasión y que le contó básicamente que su madre era el centro de su vida. “Le pregunté si entonces hablaba mucho con ella y me dijo que no, que una vez al año o así, que no era necesario más”, recuerda. Illanes dice que, aunque no se digan “te quiero”, un año sin hablar con su madre sería impensable. Aunque concede que “llama siempre ella”.
Cada uno, según su educación y cultura, tiene su forma de expresar las emociones. Desde Ypsihablamos explican que “nada es problemático si no supone pérdidas para ti”. Si bien “verse incapaz de expresar tus sentimientos puede hacerte parecer una persona fría o carente de ellos”, lo que puede traducirse en “aislamiento e inadaptabilidad social”, aseguran que todo, incluso expresar las emociones, “puede aprenderse”.
Lo mejor es entender al otro y su forma de trasmitir ese afecto y, desde luego, no exigir un lenguaje afectivo que no es el propio. “No hay nada peor que que te digan nunca me dices que me quieres”, dice Francesc Núñez. “Es un doble vínculo moral y nunca ganas. Si no lo dices, por no hacerlo aunque te lo pidan; si lo haces, porque lo dices por obligación”.
Mejor pensárselo antes de dedicarle la canción de Tequila Dime que me quieres a alguien.
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