¿Las personas creativas pasan noches en vela escribiendo novelas y pintando obras maestras? ¿O prefieren madrugar y aprovechar bien el día? Pues, a juzgar por esta infografía, depende: Murakami y Voltaire eran más bien de madrugar, pero Balzac y Flaubert preferían escribir hasta bien entrada la noche. (Si no puedes ver bien la infografía, pincha aquí).
La infografía es de Podio, una empresa que ha desarrollado una plataforma de comunicación y gestión del trabajo, pero está basada en el libro Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas, de Mason Currey, en el que explica cómo se organizaban la jornada 161 escritores, artistas y filósofos.
Este gráfico se publicó en 2014, un año después de la publicación del libro. Lleva compartiéndose y comentándose desde entonces, y actualmente ha vuelto a comentarse en Twitter gracias a un artículo de Magnet.
El libro, a su vez, nació a partir de un blog que Currey arrancó en 2007 y en el que iba compartiendo las descripciones de rutinas diarias que encontraba en biografías, revistas y diarios, que luego ampliaría en el libro.
En el gráfico vemos a gente ordenada. Como Kant, de quien se decía que era tan puntual que sus vecinos podían poner el reloj en hora cuando salía a dar su paseo diario. Cada día se levantaba a las cinco de la mañana y tomaba una o dos copas de té suave. Tras meditar mientras fumaba su pipa, daba clase de 7 a 11, para después almorzar y pasear. Eso sí, también se permitía algún trago de vino y partidas de billar.
El libro está lleno de madrugadores. Joan Miró, por ejemplo, se levantaba a las seis y después de desayunar trabajaba hasta mediodía, cuando paraba para hacer ejercicio, comer y echar una siesta de apenas minutos, lo que él llamaba “yoga mediterráneo”. Por la tarde seguía trabajando.
Incluso Ernest Hemingway se levantaba cada día al amanecer, cuando “no hay nadie que te moleste y hace fresco o frío y comienzas a trabajar y entras en calor a medida que escribes”, según contaba en una entrevista a The Paris Review. Según su hijo, el autor “parecía inmune a las resacas”.
En el otro extremo tenemos a Marcel Proust, que despertaba a las tres o cuatro de la tarde.
No todo el mundo necesita un despacho
Los textos del libro son breves, pero describen mejor lo que hacían algunos de estos genios que el gráfico. Por ejemplo, Voltaire parece trabajador y ordenado, pero en realidad llevaba unos hábitos más relajados y nada espartanos: se levantaba a las cuatro de la mañana para ponerse a trabajar, pero sin salir de la cama, desde donde dictaba sus ideas a un secretario hasta mediodía.
Truman Capote también trabajaba tumbado, aunque sin dictar a nadie. “Soy un autor completamente horizontal”, dijo en una entrevista. Otros, como Agatha Christie y Joseph Heller, trabajaban donde podían. Heller escribió Trampa 22 en la mesa de la cocina.
¿Para qué trabajar más de cuatro horas al día?
A pesar de los madrugones, muchos de ellos no dedicaban largas jornadas al trabajo. Currey cita a Anthony Trollope, que dijo que las personas que se dedican a la literatura “estarán de acuerdo conmigo en que tres horas al día producirán todo lo que un hombre debería escribir”. Que en su caso era mucho: cada día escribía diez páginas antes de comenzar su jornada en correos.
Cuando un periodista preguntó a Graham Greene si era “un hombre de nueve a cinco”, él contestó que ni hablar: “Diría que soy un hombre de nueve a diez y cuarto”. Gertrude Stein incluso lo dejaba en menos: defendía que con escribir media hora al día bastaba, porque al final del año uno conseguía haber escrito mucho.
También hay ejemplos de lo contrario: el matemático Pál Erdős trabajaba 19 horas diarias. “Un matemático -decía- es una máquina que convierte café en teoremas”.
También hay que decir que algunos escribían pocas horas porque tenían que compaginar su labor creativa con un trabajo: el propio Immanuel Kant daba clases en la universidad, Franz Kafka trabajaba en una compañía de seguros, Mozart daba clases de música y T. S. Eliot trabajó ocho años en el banco Lloyds. Lo prefería a su anterior labor de profesor, conferenciante y crítico: pagaba mejor y exigía menos.
Método en el caos
Currey cita a W. H. Auden, que dijo que “la rutina, en un hombre inteligente, es una señal de ambición”. Pero no todas las personas de las que habla Currey eran tan ordenados como los que hemos visto. Aunque a veces lo parecieran, como el propio Auden, que trabajaba cada mañana entre las 7 y las 11:30, pero que dedicaba la tarde a beber martinis y vino, recurriendo a las anfetaminas para mantener su concentración y a los sedantes para dormir.
Henri de Toulouse-Lautrec tenía su rutina y su método, aunque nada convencionales (ni saludables). Tomaba apuntes y borradores en cabarets y burdeles, sin dejar de beber en toda la noche. Aun así, se despertaba relativamente temprano para trabajar mañana y tarde, hasta que llegaba el momento de volver a beber.
No todo el mundo podía escoger su rutina: algunos tenían que adaptarse a la que les imponían. Franz Kafka trabajaba hasta las tres de la tarde y luego volvía al apartamento familiar, donde solo podía escribir por las noches. Normal que escribiera en una carta a su novia Felice Bauer quejándose de que “el tiempo es breve; mis fuerzas, limitadas; la oficina, un horror; el apartamento, ruidoso; así que si llevar una vida placentera es imposible, uno debe tratar de sobrevivir mediante sutiles maniobras”.
Y eso que no tenía hijos.
Dormir, trabajar, comer... ¿Y quién cuida a los niños?
Algunas de las personas que se han topado con este gráfico han caído en una cosa: ¿quién cuida de los niños y del hogar?
¿El cuidado de los hijos es el gris? https://t.co/LGZtY01EX0
— Lupe (@Lupe_) November 26, 2019
El contexto en muchos casos era diferente. Nadie esperaba en la Viena de 1900 que el doctor Sigmund Freud cuidara de sus hijos. Otros ni siquiera los tuvieron, como Beethoven. Y alguno era rico y habría dado lo mismo que los tuviera, como en el caso de Voltaire.
Pero en el gráfico sí están incluidas las labores familiares. En el amarillo (comida y ocio), como se puede ver si se pasa el ratón por la versión completa del gráfico en HTML, que se puede consultar en la web de Podio. De Vladimir Nabokov, William Styron y Thomas Mann se dice que pasaban tiempo con su familia por las tardes. El libro da más detalles que la infografía. Por ejemplo, de Freud sabemos que paseaba con alguno de sus hijos cada día.
Pero es cierto que cuando el libro hace mención al cuidado de los niños y a las labores domésticas, es casi siempre en referencia a mujeres: Toni Morrison, premio Nobel en 1993, explicaba que no podía escribir con regularidad, al tener que compaginar su vocación literaria con su trabajo y con la educación de sus dos hijos, siendo además madre soltera: “Escribo entre horas, deprisa, o dedico mucho tiempo del fin de semana y de antes del amanecer”.
Anne Rice explicaba en una entrevista que lo más importante para ella no había sido tanto tener un rutina como ser capaz de ir cambiándola: cuando su hijo nació, dejó de escribir de noche para hacerlo de día.
Mason Currey ha sacado un segundo libro precisamente centrado en el trabajo de escritoras, artistas y cineastas, Rituales cotidianos: las artistas en acción. En la introducción Currey escribe que se trata de “una continuación y una corrección” del que en su opinión es el principal defecto de su primer libro: solo incluyó 27 mujeres frente a 134 hombres (el 17 %). En la infografía hay 24 hombres y dos mujeres (un 7,7 %).
Currey apunta en la introducción que muchas de estas mujeres tuvieron que enfrentarse a “sociedades que ignoraban o rechazaban” su trabajo y que otras tantas tenían hijos y se encaraban a elecciones dificilísimas a la hora de buscar un compromiso entre su familia y su vocación. De hecho, da un dato clave: para su primer libro escogió a aquellas personas que tenían una rutina clara y bien definida. En este segundo ha incluido horarios menos regulares, ya fuera porque las autoras y artistas los prefirieran o simplemente porque no se podían permitir el lujo de la rutina.
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