Paloma Torrecillas (33 años) no recuerda su vida sin ansiedad. Con solo 5 años empezó a sentir una angustia muy fuerte cuando se quedó con una cuidadora y sufrió un ataque. En un principio no sabía ponerle nombre a qué le pasaba. “Yo lo llamaba tener miedo, pero le tenía miedo a muchas cosas”, explica. Con el apoyo de diferentes psicólogos supo lo que le ocurría: tenía ansiedad. Identificarlo -y la ayuda profesional- le han enseñado que, aunque “siempre vaya a ser una persona ansiosa”, se puede aprender a convivir con esta emoción.
“La ansiedad es una capacidad adaptativa innata que es buena, prepara a nuestro organismo a hacer frente a un peligro real, y nos hace que podamos huir de ese peligro de forma más eficiente”, cuenta el psicólogo clínico y director del Centro de Aplicaciones Psicológicas de Valencia Miguel Perelló a Verne por correo electrónico. Sin embargo, como explica Perelló, cuando se sufre un trastorno de ansiedad “ese miedo interfiere gravemente en algún área importante de nuestra vida y se convierte en incapacitante”.
En España, según datos de la Confederación de Salud Mental de España, un 6,7% de la población sufre trastornos de ansiedad. Si miramos las cifras por género, las mujeres que lo padecen casi doblan a los hombres. Los síntomas de este trastorno se manifiestan normalmente en una alteración del sistema nervioso que produce hiperventilación, taquicardias e incluso mareos.
Según el barómetro juvenil de vida y salud, realizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y la Fundación Mutua Madrileña, solo la mitad de los jóvenes que sienten síntomas de trastornos mentales acuden a un especialista. El mismo informe apunta que tres de cada 10 españoles de entre 15 y 29 años, más de dos millones de personas, aseguran haber sufrido algún síntoma de trastorno mental en el último año.
Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, explicaba a Verne que “la mayoría de los casos de ansiedad y depresión se inician en la infancia y la adolescencia. Para cuando el paciente demanda atención han pasado más de diez años y llegan a consulta sin haber recibido ningún tipo de ayuda médica".
Sin embargo, con trabajo y tiempo, se puede minimizar. Según Perelló, la clave está en que la persona que la sufra “acuda a un psicólogo que enseñe estrategias de manejo y control”. La psicóloga del Centro Área Humana Cristina Mae Wood sostiene que el tratamiento psicológico “ayuda y sí que cura un trastorno de ansiedad porque te enseña a manejarla”. Y añade: “Más que controlar la ansiedad hay que identificarla, comprenderla y ya luego regularla”.
Hablamos con cinco personas que han aprendido a convivir con su ansiedad. Muchos de ellos comenzaron en la infancia y la adolescencia y todos llevan años aprendiendo a manejarla.
Helena García, 20 años (Barcelona)
"Yo siempre he sufrido ansiedad. Desde que era muy pequeña me he sentido nerviosa, muy insegura, pero no le había puesto un nombre. Recuerdo que en primaria tenía problemas para relacionarme porque pensaba constantemente en qué iban a pensar de mí, y eso me generaba un malestar dentro que me daba muchos problemas.
A la mínima sensación de que algo podía ir mal me ponía a darle vueltas y, después de ir todo el día a mil por hora en mi cabeza, me metía en la cama y no podía dormir. En la ESO recuerdo tres o cuatro veces que al día siguiente tenía examen y no pude ir de la ansiedad que tenía por dentro. No había podido parar de llorar en toda la noche y no había dormido nada.
Lo de no dormir empezó a convertirse en algo que me pasaba muy a menudo y mi madre, que se quedaba conmigo despierta toda la noche, me dijo un día que no podía seguir así y me llevó al psicólogo. Por entonces tenía unos 12 años. Hay mucha gente a la que no le gusta ponerles nombre a sus problemas pero a mí me ayudó, porque yo sabía que me pasaba algo pero no qué era. Vi que el origen de mi ansiedad era la relación de mis padres. Como no estaban bien, me sentía muy perdida y eso me generó muchísimas inseguridades hasta acabar explotando.
Con 14 años tuve algún que otro ataque de ansiedad porque se me juntó todo: mis padres acabaron divorciándose y se sumó a lo que yo ya llevaba dentro y a estar en plena adolescencia. Pero a esa edad empecé con la medicación y poco a poco fue mejorando. Hay gente que se cree que tomándose una pastilla está todo bien, pero eso no es así. La medicación sin autoconocimiento y sin trabajar en tus emociones no sirve de nada. Lo que he mejorado desde que he comenzado a ir a terapia hasta ahora es un mundo.
Siempre que hablo con gente que tiene un algún tipo de problema le digo que vayan y pidan ayuda. Aunque la ansiedad no creo que desaparezca (es algo que forma parte de mi carácter) hoy en día puedo decir que se puede controlar y aprender a vivir con ello totalmente. Pero siempre hay que pedir ayuda, no sirve de nada si te lo guardas dentro."
Carolina Amarneh, 27 años (Madrid)
“Empecé a tener trastorno de ansiedad generalizada con 20 años. Era 2011 y acababa de empezar la carrera de Trabajo Social. Sin llegar a entender bien la situación, iba por la calle y me sentía triste y nerviosa. Por ejemplo, en el metro, si se paraba entre dos estaciones, me ponía blanca y con taquicardia. Me sentía paralizada e incluso dejé de montar en él. Pero entonces no le podía poner nombre a algo que no conocía.
Mi madre decidió llevarme a una psicóloga al verme así. Estando en consulta me di cuenta de que sufría ansiedad por un montón de cosas. Tuve una adolescencia un poco difícil, soy una persona muy autoexigente, y en el instituto sentía que tenía cumplir con todo. Tenía que ser la compañera perfecta y, si no era así, me frustraba. Terminaba pagándolo con la comida y engordé muchísimo.
Al final, la ansiedad es como la punta del iceberg de lo que te está pasando. Hay cosas internas que tienes que resolver. Yendo a terapia me di cuenta de que llevaba encima el bagaje de una adolescencia con complejos y que me sentía insegura conmigo misma.
Estuve cuatro años con la psicóloga; cuatro años que fueron duros, pero también bonitos porque me hicieron aprender sobre mi vida, potenciar mi autoestima y sentirme más empoderada. La persona que empezó no tiene nada que ver a la que soy ahora. En tu día a día sigues teniendo ansiedad o esa predisposición pero, cuando lo ves como una amenaza, aplicas las técnicas que has aprendido.”
Albert Piquer, 45 años (Barcelona)
“Con 36 años empecé a notar sensaciones en mí que no sabía cómo interpretar. Mi padre había muerto dos años antes y ese duelo que viví creo que me hizo más vulnerable. Estuve mucho tiempo con sensación de mareo, durmiendo mal y teniendo la impresión de que todo lo que hacía en el trabajo me superaba. Acudía a urgencias por esta sensación de mareo (que me hizo incluso dejar de ir en moto) donde me decían que no tenía nada y que lo que tenía que hacer era relajarme. Pero un día me levanté y exploté.
Empecé a llorar como un niño y le dije a mi mujer que me sentía incapaz de ir a trabajar. Di el paso y me cogí mi primera baja por ansiedad. Me incorporé a mi trabajo como informático después de cuatro meses de baja y, tras 11 años en la empresa, me echaron el mismo día que volví.
Entonces decidí con mi mujer que los tres primeros meses de vida de mi hijo (que nació después del despido) los viviría con él en casa. Y esos tres meses se convirtieron en tres años. Fue la excusa perfecta para escapar del tema y evitar el escenario donde realmente todo había empezado: el mundo laboral.
Fui intercalando otros trabajos, pero durante cuatro años y medio fue todo muy intermitente porque seguía dándome de baja por ansiedad y terminaban despidiéndome. Pero di con un psicólogo que me permitió entender cómo me afectaba en mi día a día. Es aquí cuando empecé a "dominarla" y poco a poco va desapareciendo. Después de esto, me di cuenta de que estaba haciendo un trabajo que no me gustaba y después de ir tanto tiempo a contracorriente mi cuerpo lo estaba manifestando de esta manera.
Desde hace un año y medio he dado un cambio a mi vida, he dejado de trabajar como informático y he empezado a hacer voluntariado en asociaciones relacionadas con la salud mental. Esto ha sido algo terapéutico y, aunque he sacrificado poder adquisitivo y ventajas que mi trabajo anterior me ofrecía, la sensación que tengo es completamente diferente. Vuelvo a tener las riendas de mi vida. Ojalá los cambios no fueran traumáticos y con sufrimiento de por medio, pero en mi caso ha sido un cambio con el que he salido ganando.”
Paloma Torrecillas, 33 años (Madrid)
"No recuerdo mi vida sin ansiedad. Empecé a tenerla desde muy pequeña. Con 5 años recuerdo que me dio un ataque de pánico porque mis padres y mis hermanos se fueron a hacer rafting a un río y yo me quedé sola con una cuidadora del hotel en el que estábamos.
En aquella época lo llamaba “tener miedo”, y tenía miedo a muchas cosas. Mis padres se dieron cuenta y me empezaron a llevar al psicólogo. Aunque lo cuente así, realmente era una niña feliz, pero tenía muchos miedos. En el instituto pasé una época buena pero, cuando llegué a la universidad, todo empezó a ir peor. Rompí con mi pareja, mi familia pasó por un proceso de embargo de nuestra casa… Todo era muy estresante.
Además, un amigo mío se suicidó y empecé a tener pensamientos obsesivos con el hecho de que me daba miedo suicidarme también. No quería hacerlo, claro, pero me daba terror la sola idea de pensarlo. De la ansiedad que me producían estos pensamientos incluso veía el suelo torcido y me encontraba mareada todo el rato. Era una ansiedad constante.
Volví al psicólogo y me dijo que era una "fobia de impulsión" y que tenía miedo de descontrolarme. Esos pensamientos eran intrusivos, no los elegía, pero no significaban absolutamente nada: pensar en el suicidio no quería decir que me fuera a suicidar, solo que había focalizado mi estrés sobre esa idea.
A esto se sumó que en mi propio entorno mi ansiedad no era bien vista. La gente no entiende qué conlleva la ansiedad y esta incomprensión me hizo sufrir mucho más de lo necesario. Pero con en el psicólogo me fue tan bien que empecé a controlarla. Tenía 23 años y comencé un máster de radio, empecé a vivir sola…
Poco a poco fui saliendo de aquella época tan oscura de obsesiones. Nunca he vuelto a pasar un periodo de tanta ansiedad como ese. Ahora lo controlo más, pero me sigue afectando. Siempre he sido ansiosa y me doy cuenta de que es una cosa que voy a tener siempre."
Estos testimonios han sido redactados por Laura Romerales a partir de entrevistas con cada uno de los protagonistas. Contactar con las diferentes personas que aparecen en el artículo ha sido posible gracias a Obertament (asociación catalana que lucha contra el estigma y la discriminación que sufren las personas debido a algún problema de salud mental), a través de psicólogos y de las experiencias que los lectores de Verne nos han contado a través de las redes sociales.
Compartir el mensaje para superar el estigma
Jorge Daniel Castillo recuerda perfectamente el día en que todo cambió. “Fue el 8 de octubre de 2001 y caía en lunes”, dice. Tenía 22 años y se dirigía hacia su trabajo como tantos otros días. Cuando estaba ya subido en el tren, se cerraron las puertas y empezó a “perder la visión, sudar... y salí corriendo de allí”, cuenta. Los siguientes años hasta que cumplió los 28 los pasó prácticamente encerrado en casa.
"Yo sabía que algo iba mal y quería ir a un médico que pudiera darme aunque fuera un diagnóstico que me tranquilizase. Me dijeron que sufría de una ansiedad que tenía origen en mi familia desestructurada. A los cuatro días del ataque, me incorporé a trabajar y justo allí me dio otro".
Cuando Castillo piensa en aquella época se recuerda a sí mismo convertido “poco a poco en un ermitaño” por miedo a enfrentarse a otra situación así e incluso terminó siendo inhabilitado para trabajar. "No podía salir a comprar el pan, hablar con gente… No hay incapacidad más grande que tenerle miedo a todo".
"Mis padres se divorciaron y eso me dio un respiro". Cuando eso pasó, fue al centro de salud para adultos y desde allí lo enviaron a terapias donde pudiera hablar con gente a la que le pasara lo mismo. "En la primera terapia -que era sobre autoestima- vi que era una persona igual que cualquier otra. Ese día fue maravilloso".
Gracias a terapias colectivas (y a hacer mejorar en su autoconocimiento) empezó a saber convivir con el trastorno. Empezó a dar pequeños pasos que se convirtieron en “grandes zancadas”. Jorge, que ahora tiene 40 años y vive en Tarragona, se vale de su experiencia para dar charlas de salud mental desde hace seis años, con las que trata de compartir el mensaje contra la estigmatización. "Entré en la Asociación La Muralla y empecé a dar charlas de sensibilización. Es cierto que la ansiedad puede ser a veces un hándicap pero todos tenemos los nuestros y hay que aprender a vivir con ello. Yo actualmente puedo decir que he aprendido a convivir con la ansiedad. Darme cuenta de que valgo para algo -que es compartir el mensaje contra la estigmatización- me dio la vida… O más bien, me la devolvió".
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