Cómo las pastorelas pasaron de ser religiosas a una obra de crítica social en México

La maldad ya no solo se representa como el diablo y la misión ya no es necesariamente llegar a Belén

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La puesta en escena de una pastorela tradicional en Ciudad de México
La puesta en escena de una pastorela tradicional en Ciudad de México. Cuartoscuro

La lucha entre el bien y el mal siempre ha estado presente en la historia de la humanidad. Este dilema moral es el eje central de diversas manifestaciones culturales como la pintura, la literatura y el teatro. En México, las pastorelas son una expresión que plasma en un escenario esta lucha con motivo de las fiestas de fin de año y donde siempre se observan varios personajes: un ángel, un diablo y los pastores.

Javier Nieto, dramaturgo y productor de teatro, explica a Verne que este género es uno de los más celebrados del país y data de la época de la conquista. “Es uno de los géneros más antiguos del teatro y surge como una manera de evangelizar a los habitantes de la Nueva España a través de representaciones teatrales”, dice en entrevista.

Estas obras se representan en Latinoamérica y varios países de habla hispana, pero en México han evolucionado para ser una expresión más allá de lo puramente evangelizador. De acuerdo con el dramaturgo y autor de la obra Entre huaraches, pingos y ángeles, existen tres elementos centrales para que una obra pueda ser considerada una pastorela.

El primero es un personaje que encarna el bien o la bondad, representado tradicionalmente por la figura de un ángel. “Se escoge normalmente al arcángel Gabriel por ser él quien venció al mal”, dice Nieto. En segundo lugar se plasma a la maldad mediante la figura de un demonio y en tercer lugar, los humanos, que cuentan con alguna misión divina en la obra. “Son los que muestran poco carácter y buscan ser seducidos por el bien o el mal y normalmente se les representa en forma de pastores que van a Belén a ver al niño Dios”, indica.

Pero el mal no solo tiene forma de diablo y el bien no siempre es un ser con alas vestido de blanco. En el libro Fiesta y teatralidad de la pastorela mexicana, la especialista en teatro Isabel Vázquez de Castro, señala que con el paso del tiempo, la pastorela se ha convertido en un instrumento de difusión ideológica no necesariamente cristiana.

Por ejemplo, en la pastorela Ajúa, un güerco va a nacer, el dramaturgo Tomás Urtusástegui (Ciudad de México, 1933), ejemplifica al mal en la forma de Satán Quintero, un narcotraficante que implica a tres campesinos del norte para traficar droga (y que es una parodia del capo Rafael Caro Quintero). La misión de estos personajes es dejar un mundo mejor para un pequeño que va a nacer, mientras que el bien es representado en su forma tradicional de ángel.

"No hay salvador, se trata de un verdadero viaje a los infiernos, pero prevalece el símbolo navideño del nacimiento como una continuación de la vida, con el parto de una campesina al final de la obra", explica Vázquez de Castro.

En la representación Entre huaraches, pingos y ángeles, la protagonista es una niña de 10 años que vive en el campo con su abuelo. “Es hija de padres migrantes y es seducida por el mal, que es una serpiente, con la idea de que va a vivir mejor en la ciudad rodeada de tecnología y autos”, dice. “Ella buscará la felicidad en un viaje donde se encontrará con todo tipo de cosas que la pondrán a pensar”, comenta.

Las pastorelas mexicanas transcurren casi siempre como un tránsito de los humanos, siempre seducidos por el mal, pero cuyo periplo termina siempre con una enseñanza y en un lugar mejor. “Se trata de un viaje de reconocimiento de los personajes en donde todos podemos identificarnos”, dice el dramaturgo mexicano.

Adicionalmente, Nieto explica que un componente indispensable para las pastorelas mexicanas en el siglo XXI es el humor. “Actualmente, quienes trabajamos en teatro tenemos que dar algo más a las personas de lo que ya pueden encontrar en YouTube o en redes sociales”, comenta.

No es de extrañar que el mal sea representado en los últimos años de formas mucho más contemporánea: las redes sociales que roban el tiempo a los pastores, políticos que confunden a los pobladores o la vanidad de tomarse una infinidad de selfis. “Las pastorelas siempre evolucionan, pero conservan el mismo mensaje de fiestas: que todos podemos aprender y divertirnos”, concluye Nieto.

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