Probablemente te hayas encontrado multitud de veces con esas placas que rezan “Asegurada de incendios” en las fachadas de los edificios y te hayas preguntado por qué están ahí y para qué sirven. La mayoría de ellas pueden verse en los cascos históricos de las ciudades porque su origen en España se remonta al siglo XIX. Estas placas no solo indican, como es fácil de adivinar, que esos edificios estaban asegurados contra incendios (en la actualidad no es necesario colocar esa placa aunque lo estén), sino que además recuerdan el origen de las compañías de seguros y de los cuerpos de bomberos profesionales.
Para comprender el valor de estas placas hay que viajar al Londres de 1666 durante el gran incendio que arrasó buena parte de la ciudad destruyendo más de 13.000 casas y algunos edificios emblemáticos como la catedral de San Pablo. Aquella tragedia llevó al economista y constructor Nicholas Barbon a crear la primera oficina especializada en seguros de incendios de casas y edificios, The Fire Office, como explica el libro Historia del seguro en España, publicado por la Fundación Mapfre.
El incendio, originado en el horno de una panadería y que se fue propagando por las casas hechas principalmente de madera, se prolongó durante tres días y tres noches ante la impotencia de una ciudad que no contaba con un cuerpo de bomberos profesional, como cualquier otra en aquella época. Por eso, Barbon también decidió crear para The Fire Office un grupo especializado en la extinción de incendios que acudiría a los edificios en llamas que estuvieran asegurados por su compañía. Para que pudieran identificarlos, decidió colocar placas con la insignia de esta aseguradora: un ave fénix. Los primeros materiales que se utilizaron para la fabricación de estas placas fueron el plomo y la cerámica.
En España, empezaron a verse durante el siglo XIX con la creación de la primera aseguradora en 1822, la Sociedad de Seguros Mutuos de Incendios de Casas en Madrid, aunque en lugar de la insignia de la compañía se incorporó el texto “Asegurada de incendios”. “Se empezaron a utilizar otros materiales para su fabricación como el hierro, el cobre y el estaño, y con la irrupción de más aseguradoras se empezaron a crear diseños más coloridos y llamativos para estas placas que servían también como reclamo publicitario”, cuenta Guillermina Jodra, coordinadora del Museo del Fuego y Bomberos de Zaragoza.
La institución aragonesa acoge estos días (hasta el 8 de marzo) una exposición sobre las placas de aseguradoras de incendios procedentes en su mayoría de Madrid y Barcelona, aunque también muestran algunas de otras ciudades españolas –incluida Zaragoza– y de países europeos.
El diseño de estas placas fue lo que llamó la atención de Laura Arribas, una arquitecta de interiores interesada en el patrimonio gráfico urbano que también decidió fotografiar y “coleccionar” estas placas en la cuenta de Instagram @asegurada.de.incendios.“Me sorprendió que a nadie se le hubiese ocurrido recopilar estas placas que pueden verse en casi todos los edificios del centro de Madrid”, cuenta Arribas, que solo toma imágenes de las que se va encontrando en la capital y las sube a la red social con su dirección exacta.
En Madrid se conservan muchas por la protección de su casco histórico (declarado bien de interés cultural en 1995) y porque, como explica el historiador Juan Sisinio Pérez, “al ser la capital había más población, y por lo tanto más riesgo de incendios y propagación por los edificios y más poder adquisitivo para contratar seguros”.
Como se explica en el libro Historia del seguro en España, durante la segunda mitad del siglo XIX empezaron a proliferar las compañías de seguros, así como las asociaciones mutuas de seguros contra incendios (constituidas por los propietarios de las viviendas). Estas últimas, al no contar con un equipo de extinción de incendios propio como el de las aseguradoras, “empiezan a acordar con los ayuntamientos fórmulas para sufragar y organizar los servicios de extinción de incendios”, lo que acabó impulsando “la creación de los modernos servicios de bomberos municipales”.
Como explica Pérez, lo más parecido que hubo en España a un cuerpo de bomberos de carácter público durante el siglo XIX fueron los zapadores, un grupo de voluntarios dependiente de la Milicia Nacional, creada con la Constitución de Cádiz de 1812. “Este cuerpo de ciudadanos voluntarios tenía la tarea de mantener el orden público, que implicaba también la extinción de incendios, pero acabó disolviéndose definitivamente en 1944”, añade el historiador y autor del libro Milicia Nacional y Revolución Burguesa, el prototipo madrileño: 1808-1874.
“El crecimiento de las ciudades en el último tercio del siglo XIX plantea la necesidad de crear un equipo de extinción de incendios municipal profesionalizando a sus propios empleados para esta labor como policías locales o cuerpos auxiliares”, añade.
En ciudades como Madrid (entonces Villa de Madrid), el cuerpo de bomberos se profesionalizó en 1894 y en Zaragoza, como aclara Jodra, en 1931. “Cuando cada ayuntamiento empezó a tener su propio equipo de bomberos, los equipos de extinción de incendios de las aseguradoras empezaron a desaparecer poco a poco porque ya no había necesidad y dejaron de colocarse nuevas placas”, cuenta la coordinadora del museo aragonés.
En la actualidad, y aunque ya no dependan de las aseguradoras, los bomberos siguen siendo un cuerpo indispensable para estas compañías. Por esos servicios de prevención y extinción de incendios (e incluso de salvamento) que prestan estos profesionales públicos, la Unión Española de Aseguradoras y Reaseguradoras (Unespa) –que aglutina a la mayoría de empresas de seguros del país– aporta anualmente una “contribución especial” a las comunidades autónomas y Ayuntamientos.
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