La desescalada del amor

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«Si me quisieras, te confinarías conmigo»

«La próxima pandemia no me pilla soltera»

«Después de dos meses, descubro que mi vecino del cuarto es extremadamente atractivo»

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El confinamiento ha tensado nuestros límites amorosos hasta límites insospechados: ¿qué estás dispuesto a hacer por verme? ¿Estoy bien o solo quiero un cambio de casa? ¿Me quieres o solo te sientes solo? Owen me contó que la primera cita Tinder la tuvo en la puerta de un Lidl. El resto de la cita consistía en llenar un carrito; al acabar la compra, la acompañó hasta el portal de su casa. La cita duró menos de una hora, gracias a eso descubrió que está muy bueno el arroz tres delicias precocinado del LIDL, supermercado al que fue por ella. La segunda cita consistió en salir a correr. Quedaron por la mañana (él la citó antes de las ocho de la mañana; una insensatez, le digo, veremos). Owen cree que así es cuando se conoce mejor a la gente, a cara lavada, y de ahí se fueron hasta Montjuic como dos runners enamorados sin ser exactamente ninguna de las dos cosas.

El Gobierno holandés ha sugerido a los solteros que elijan un acompañante sexual, uno solo, para confinarse porque tener más de uno incrementa el riesgo de contagio. En un grupo de WhatsApp bromeamos con un servicio estatal que interrelacione a los solteros de todos los rincones para una futura pandemia. Un First Dates distópico, visualizamos un Fernando Simón —¿quizás nos sirve un bot de Fernando Simón?— haciendo de Carlos Sobera, resolviendo de paso todo tipo de consultas en rueda de prensa. "Quiero ver a mi amada, Fernando Simón, despiertamente cuando eso se pueda". Mis amigas, que están confinadas y solteras y cada vez más salidas, me reprochan mi vida en pareja. Las parejas, les digo, tenemos nuestras cosas como ir escondiéndonos de vez en cuando por las habitaciones para preservar un cachito de intimidad en nuestros pisos no siempre generosos. Su cuarentena sexual, dicen ahora ellas, parece que empieza a ver algo de luz, pero surgen otros problemas.

— He enviado selfies a tanta gente que ahora tengo que empezar yo mi desescalada.

— ¿Misma foto?

— Claro, hay que aprovecharla. Yo me lo tomo como una especie de examen para ver cómo reaccionan a una misma imagen diferentes personas. Puro entretenimiento de pandemia, como un juego.

No tengo nada en contra de la optimización del selfie bueno y mucho menos de la diversión y, de hecho, estoy convencida de que la Anaïs Nin millennial sometería a sus matches al mismo examen visual.

“Soy una persona excitable que solo entiende la vida líricamente, musicalmente, para quien los sentimientos son mucho más fuertes que la razón. Estoy tan sedienta de lo maravilloso que solo lo maravilloso tiene poder sobre mí. La realidad no me impresiona. Solo creo en la intoxicación, en el éxtasis, y cuando la vida normal me encierra, de una forma u otra me escapo. No más muros”. ¿Es Nin o el diario de cuarentena de mi amiga?

Este lúdico examen visual, o la procrastinación de las tareas mundanas chateando con posibles Tinder-citas, me lleva a pensar en el "amor-juego" planteado por la escritora Gretel Meisel-Hess a principios del siglo XX, y que recoge la marxista Alejandra Kolontai en su compendio de textos Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada, allá por 1975: básicamente dice que este amor, el del jugueteo, el de la amistad erótica, “el amor galante entre la cortesana renacentista y su amante protector”, por ejemplo, no solo no ha existido a lo largo de toda la humanidad, sino que es el más deseable. Aquí el Eros trágico y doloroso no te consume el alma, la identidad individual del sujeto no queda en entredicho y el amor ya no se basa en ese principio de posesión y propiedad privada. Este amor-juego, dice, Meisel-Hess te lleva a una suerte de “virginidad superior: no entregarse por entero”.

— ¿A que las selfies no se rigen por un principio de exclusividad?

¡Claro que no! ¡Es amor-juego!

Owen sigue por ahí, corriendo. Bueno, en realidad corre media hora y el resto del tiempo lo pasan caminando. El chico le ha preguntado a un familiar cuál es la mejor ruta y hasta han acabado en un mirador y desayunando un café para llevar. ¡Esto que me cuentas parece vieja normalidad!, le digo. Un poco arriesgado lo de ir a correr por primera vez con una persona semidesconocida, insisto. Pero estamos en pandemia y nuestros corazones están aventureros. No hubo tercera cita, no. “¿Verme haciendo estiramientos como un exalcohólico quizás no ayudó?”, me pregunta. Puede que no. Todo esto sin tocarse, claro.

Otro tema: si a los amantes experimentan, en el fondo, “una pulsión de muerte purificadora”, como explica Anna Punsoda en el ensayo La Lujuria, (Fragmenta Editorial), ¿qué ha sucedido con ese instinto religioso durante un encierro de estas dimensiones? Pienso si todas las relaciones extramaritales y maritales estarán al borde de su extinción por culpa de la cuarentena: parejas confinadas y amantes descolgados. ¿Qué puede ir mal? Todo. Si no hay peligro de saberse al límite porque el límite es tu casa, si no hay excitación por lo prohibido, por las escapadas (Instagram, al margen); si el confinamiento, en definitiva, ha forzado a la monogamia a parejas tirando a dispersas: ¿Habrá arrasado esta cuarentena con todo? ¿Qué quedará después del desastre? ¿Más desastre?

La pregunta es otra cuando pensamos en la complejidad de seguir amando sin ver o tocar (¡qué importante es el tacto!) al sujeto que quieres, alejado durante un tiempo, en otra casa. Han sido varias personas las que me han expresado su preocupación o paranoia estos meses al pensar que la gente se estaba olvidando de su cara, que nadie les quería. C. Tangana lo resume de forma más sugerente en una de sus canciones de cuarentena: "Cómo quieres que te quiera / si no estás aquí".

Vuelvo a Owen, que creo que empieza a ser mi amigo.

Lleva los dos meses de confinamiento escribiendo un mail: el mail. Clásico mail a una exnovia reciente. Como la carta exagerada de Hidrogenesse (Todo explicado pésimo y con tantas palabras/Era muy larga y muy exagerada), pero en correo electrónico. Todos hemos estado ahí, en ese abismo de Gmail que implica recapitular o poner el broche final a una relación de muchos años de forma escrita. La mayor parte de las veces nadie te ha pedido ese mail y casi siempre adquiere un tono ruin o excesivamente literario, un mail del que casi seguro te avergonzarás en el futuro. Todos hemos estado ahí, pero no todos hemos estado ahí en pandemia. Como si fuera una actividad programada, Owen, que está en ERTE, empezó a escribirlo el día 8 de marzo y seguía, ahí, cada día, dándole alguna vuelta, agregando una nueva línea. Me lo imagino preparándose diligentemente el escritorio cada mañana, ajustándose una silla reclinable. Muy serio.

Un día tuvo un problema.

Le dio sin querer a enviar cuando todavía estaba incompleta. Sí, le pasó eso. Siento como si me clavaran a mí un alfiler en la barriga.

— Lo sé, es catastrófico.

— ¿Tenemos respuesta?

— No.

En Italia, para la desescalada, se han inventado un decreto para regular el amor apelando a los “afectos estables, demostrables y duraderos”. Nosotros somos congiunti, le digo a mi novio. ¿Lo podría demostrar de alguien más frente a un tribunal? ¿Quiénes son mis congiunti? ¿Cuántos tengo? ¿Cuántos lazos estables, demostrables y duraderos he sido capaz de crear en todo este tiempo de vida? Recuento en mi cabeza y me parecen tan pocos. Mi pareja ignora mis lamentos y tiene sentido. ¿Por qué me quieres después de tantos días confinados? Casi que le increpó con esta pregunta. Él me contesta que porque mi estructura es "muy blandita", que porque soy "realmente cómoda". Dudo sobre si justo esa es la esencia del amor, o la más estricta decadencia.

Otro amigo me explica su pequeña transgresión: se saltó un poco la cuarentena para confinarse con un rollo que había conocido justo antes del coronavirus. “Cogí un taxi, no toqué a nadie, en plan furtivo, me instalé en su casa, y hasta ahora. No queríamos vivir esto solo y decidimos intentarlo”. Es del grupo de los que han pasado de la fase 0 del amor a la 6 o 7 u 8. Compartir piso, trabajar juntos (uno teletrabajando, el otro, medio parado, por ser autónomo), compartir baño, etc. Cosa seria su experiencia. “¿Es posible que el coronavirus lo haya magnificado todo?, me pregunta como si yo pudiera tener la respuesta por estar escribiendo sobre el tema. Sigue: “Esto ha sido como un reality, cuando volvamos a la normalidad, ¿en qué fase nos tendremos? ¿Cómo seguiremos?”. Por su cara, como alada, yo diría que está enamorado. “En los paseos decíamos de separarnos para darnos algo de privacidad, pero cuando llegaba la hora del paseo, estábamos tan bien… que salíamos juntos a pasear”. Su preocupación, ahora, es cómo rebajaran la intensidad cuando recuperemos la libertad de movimiento y cómo recordarán esto: ¿Será como una ensoñación? ¿Como un raro amor de verano?

Otra amiga, y ya acabo, me da los buenos días explicándome que se ha liado con el vecino del cuarto y no tiene muy claro cómo ha sucedido, solo sabe que ha pasado. No sabía que tenía un vecino guapo. Será un efecto colateral del confinamiento, y de los grupos de WhatsApp de la escalera: “Nos conocimos de casualidad en la azotea comunitaria, los dos habíamos salido a respirar algo de aire fresco. Hoy le he dicho que, en realidad, a mí me gustan las chicas y ahora nos hemos quedado en amistad”. Le doy la enhorabuena por tomarse tan en serio las redes de apoyo vecinales.

Vuelvo a La Lujuria para pensar en todos estos fuegos y derrumbes de cuarentena. Pese al trabajo y aun la conciliación imposible, pese a las duras condiciones vitales de muchos y las diferencias evidentes de casas, pese a los ERTES y los despidos, el amor y el deseo siempre acaban asomando porque no queda otra. Menos mal: “En un mundo que tenemos completamente controlado a través de la técnica, hay que defender que algunas cosas se nos escapen de las manos. Yo defiendo el lujo de las mujeres y de los hombres de perderse por la entrepierna con tanta dignidad como sea posible. El lujo de los hombres a ser más que bobalicones que se dejan engañar por un par de tetas. Y el lujo de las mujeres de ser más que seres demoníacos que utilizan el cuerpo para vengarse o para llegar a espacios donde no se las dejaba llegar. Y, entiéndase, en todo el ensayo, hombre y mujer como espacios abiertamente comunicantes”.

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