El Partido Demócrata y el Partido Republicano dominan la política estadounidense desde hace más de 150 años. Se trata de partidos muy diferentes a los europeos, como se ve ya en sus nombres: ¿por qué "republicano", si cuando se fundó no había ningún rey al que derrocar? ¿Y por qué "demócrata"? ¿No lo son todos (o casi todos)? Estos nombres tienen mucho que ver con la historia del país y ayudan a explicar la evolución de ambas formaciones, cuyo ideario ha cambiado mucho desde su fundación.
El origen del Partido Demócrata estaría ya en el nacimiento de Estados Unidos. Cuando George Washington accede a la presidencia en 1789, aparecen dos corrientes políticas con ideas diferentes acerca del futuro de la nación. Por un lado, los federalistas, grupo formado por Alexander Hamilton y John Adams, que defendían un Gobierno fuerte y sufragado con impuestos y aranceles. Por otro, los Demócratas-Republicanos, grupo liderado por Thomas Jefferson y James Madison, que aspiraban a un Gobierno federal con poderes limitados y que defendían los derechos de los Estados.
En este primer momento no se trata tanto de partidos políticos como de corrientes o, como apunta Donald T. Critchlow en American Political History, de “protopartidos organizados alrededor de líderes políticos y periódicos”. Isidro Sepúlveda, profesor de Historia Contemporánea de la UNED recuerda a Verne que ni siquiera los partidos estadounidenses actuales son como los europeos: “No hay unos estatutos, ni una dirección jerárquica, ni militancia”. Son, más bien, “plataformas de candidatos” y reunión de intereses comunes.
En ocasiones, estos intereses podían ser contradictorios. Siguiendo a Critchlow, los demócratas-republicanos de Jefferson eran “reformistas partidarios de la expansión del sufragio” (que en un primer momento se circunscribía a hombres blancos con propiedades), pero también defensores “de los intereses de los grandes hacendados sudistas”, lo que incluía la esclavitud. De hecho, el propio Madison llegó a proponer que el Gobierno comprara a todos los esclavos y los liberara, pero no hizo libres a los de la plantación que heredó de su familia. Y cuando Jefferson escribió en la Declaración de independencia que “los hombres son creados libres” era propietario de 175 esclavos.
Aunque no eran aún partidos políticos modernos, los nombres de estas corrientes tenían sentido. Los federalistas querían un Gobierno federal fuerte mientras que los partidarios de Jefferson se llamaban a sí mismos republicanos por su oposición a un Gobierno despótico, ya fuera el rey de Inglaterra o el Gobierno federal. Lo de “demócratas” lo añadieron los federalistas, que los veían como “radicales igualitaristas” y partidarios de los jacobinos de la Revolución Francesa.
Y es que, en un primer momento, la revolución se acogió en Estados Unidos con optimismo. Sin embargo, tras la ejecución de Luis XVI y la llegada del terror, el movimiento fue criticado por Hamilton y sus seguidores, que lo veían más cerca de una “tiranía de las masas” que de una democracia representativa.
En la década de 1820, los Demócratas-Republicanos se escindieron: por un lado quedaron el Partido Nacional-Republicano, en torno a John Quincy Adams, presidente entre 1825 y 1829; y por otro, la formación en torno a Andrew Jackson, presidente entre 1829 y 1837, que a partir de 1828 ya se conoce solo como Partido Demócrata.
¿Qué significa republicano?
El Partido Republicano nace en la década de 1850 (y no tiene que ver con los nacional-republicanos de Adams). Para entonces, la corriente federalista había desaparecido, tras oponerse a la guerra contra el Reino Unido en 1812, y el asunto que más preocupaba a los estadounidenses era la esclavitud. El Partido Republicano nace precisamente para evitar que fuera legal tener esclavos en los nuevos Estados que se incorporaran a la unión, con la intención de terminar prohibiendo la práctica en todo el país.
El partido “se articula con la expansión de los derechos civiles y con el objetivo de acabar con la esclavitud”, explica Sepúlveda, y también adopta la defensa de los intereses de los industriales del norte. La formación incluía a demócratas que se oponían al esclavismo, además de antiguos miembros del partido Whig (los liberales) y de otras formaciones minoritarias.
Los Estados del sur no acogieron las propuestas republicanas con calma y moderación, precisamente. La victoria electoral de Abraham Lincoln en 1860 dio pie a la declaración de independencia de Carolina del Sur, seguida de otra decena de Estados a principios de 1861, que no pensaban tolerar a un presidente opuesto a la esclavitud. Y así dio comienzo la Guerra de Secesión, que duró hasta 1865.
El nombre del partido, “republicano”, no tiene mucho que ver con los que entendemos en España cuando oímos el adjetivo, que por lo general asociamos a la izquierda. En Estados Unidos nace no solo del antagonismo frente a la monarquía autoritaria del siglo XVIII, sino que ya entonces se usaba en defensa de la democracia representativa. Además, explica Sepúlveda, “el republicanismo apela a la división de poderes, a la responsabilidad del gobierno y al cumplimiento de la ley por parte de los ciudadanos”. Recordemos que era un término que los demócratas de Jefferson también reconocían como propio.
La evolución de los partidos
El ideario de los partidos estadounidenses ha cambiado mucho desde el siglo XIX hasta ahora. El Partido Demócrata defendía en su origen a los terratenientes esclavistas, pero en los años 60, Kennedy y Johnson reforzaron y protegieron los derechos civiles de los ciudadanos negros del sur. Además de eso, el partido pasó de defender un estado mínimo a impulsar políticas intervencionistas y sociales a finales del XIX y principios del XX, culminando con el New Deal con el que Franklin D. Roosevelt se enfrentó a la Gran Depresión.
El Partido Republicano también ha vivido cambios: de ser el partido del norte en la época de Lincoln, ahora se identifica más con los Estados del sur. Y sus ideas económicas tampoco son las mismas: en los años 50, Eisenhower no solo mantuvo las políticas sociales heredadas de Roosevelt y Truman, sino que en algunos casos las impulsó. Nixon, vicepresidente de Eisenhower, incluso estuvo a punto de aprobar una renta mínima universal cuando llegó a la presidencia. Pero, como recuerda Sepúlveda, Ronald Reagan, presidente entre 1981 y 1989, dio un vuelco al proyecto de los republicanos y apostó por “un estado mínimo poco intervencionista en economía, pero muy intervencionista en política exterior y militar”.
Sepúlveda recuerda que los partidos estadounidenses no son como los europeos y ni siquiera se puede decir que sean de derechas o de izquierdas: “Se muestran más progresistas que su adversario en algunos aspectos y en otros, menos”. De hecho, como recoge el historiador Michael Barone en How America’s Political Parties Change (And How They Don’t), el propio Roosevelt dijo en 1944 a uno de sus asesores que “deberíamos tener dos partidos de verdad. Uno progresista y otro conservador”. Según Barone, las dos formaciones lo intentaron a lo largo de las décadas siguientes, pero alcanzaron este objetivo solo de modo parcial.
Según Sepúlveda, los cambios en los partidos han venido determinados sobre todo por tres factores: primero, las oleadas de inmigrantes que han construido el país, llevando su propia cultura política.
Segundo, la figura del presidente, a partir sobre todo de Theodore Roosevelt (republicano, 1901-1909) y Franklin D. Roosevelt (demócrata, 1933-1945). El cargo fue ganando cada vez más presencia e influencia sobre las propuestas de los partidos, además de más poder y responsabilidad en un Gobierno federal con más funciones y atribuciones.
Y tercero, el sistema político mayoritario, en el que no se reparten proporcionalmente escaños o representantes, sino que el ganador se lleva todo lo que está en juego en la circunscripción. Esto significa que es muy difícil que tenga éxito un tercer partido político y que sea más fácil integrar ideas y corrientes en los existentes. Los partidos estadounidenses no son inamovibles, explica Sepúlveda, sino que pueden integrar intereses y generar nuevos consensos.
Así se entiende, por ejemplo, que en la actualidad los demócratas incluyan sensibilidades que recuerdan al movimiento del 15-M, pero también a políticos con ideas económicas más conservadoras que aquí identificaríamos con la derecha. Por ejemplo, el programa de Biden, el candidato demócrata, contempla una ampliación de la sanidad pública que seguiría sin ser universal, lo que le colocaría, en este tema, a la derecha de muchos líderes conservadores europeos.
El Partido Republicano está ahora mismo “fagocitado por el Tea Party y por Donald Trump”, opina Sepúlveda, que añade que es muy difícil interpretar su programa más allá de la oposición a los valores de los demás, ya sean políticas sociales o medioambientales. El partido acabará refundándose, cree el historiador, y lo hará pronto si Trump pierde las elecciones. Como hemos visto, no sería la primera vez que ocurre algo parecido.
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