“Cuando llegues a Madrid, morena mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés...”, no es el himno oficial de la capital de España pero sí el oficioso. Lo compuso en 1948 el mexicano Agustín Lara y lo han cantado, entre otros, Lola Flores, Plácido Domingo o Ariel Rot. Esa promesa de rendir Madrid a los pies de la dama se acompañaba del estribillo Madrid-Madrid-Madrid donde por triplicado aparecía el nombre de la capital con una consonante final que es tan volátil como las promesas de imperio del chotis. La d que está a final de palabra no es nada estable en español y da lugar a pronunciaciones muy diversas: Madriz, Madrí o Madrit son las que con más claridad pueden aislarse en español, junto con la estándar Madrid.
Si nos paramos a ver cómo se pronuncia la d final en palabras como Madrid o juventud, observamos que la punta de la lengua sube y roza la parte trasera de nuestros dientes de arriba, y justo cuando se da ese contacto entre la lengua y los dientes, dejamos de emitir aire (o sea, dejamos de hacer vibrar la laringe) y facilitamos la pausa ante la palabra siguiente. La articulación explica en buena medida la diversidad de ese sonido final del Madrid del chotis: a final de palabra, d es un sonido muy débil ante el que el hablante toma dos posturas, igualmente coherentes con esa debilidad: hacerlo desaparecer o reforzarlo para que suene con claridad, convirtiéndolo así en una consonante distinta.
Los refuerzos suenan en dos sentidos. En las zonas catalanohablantes (Cataluña, Valencia, Baleares) esa consonante final se convierte en -t, es decir, se transforma Madrid en Madrit, lo que confluye con muchas palabras catalanas que también terminan en –t. En la Castilla norteña, en cambio, es más común que suene Madriz, con un sonido interdental, pronunciado con la lengua entre los dientes. Cuando los humoristas imitaban a los presidentes de gobierno Adolfo Suárez, abulense, y Rodríguez Zapatero, leonés, ponían en sus bocas esas palabras del tipo juventuz, edaz y ciudaz.
La posibilidad inversa es la pérdida de ese sonido, con una pronunciación del tipo Madrí que está muy extendida en el español europeo, ya que se encuentra en Extremadura, Canarias, Andalucía y buena parte de La Mancha. La posición final de palabra es muy proclive a que se den estas neutralizaciones, y hay zonas del ámbito hispánico donde el repertorio de consonantes finales que suena es muy limitado, ya que se pierde el consonantismo final no solo cuando hay d sino también cuando se trata de otras consonantes. Volviendo a la letra original del chotis, en ese inicio de “Cuando vengas a Madrid, morena mía / voy a hacerte emperatriz de Lavapiés / y alfombrarte con claveles la Gran Vía, / y a bañarte con vinillo de Jerez”, en andaluz no se pronuncia o se modifica el sonido final de los claveles, la emperatriz y Jerez. Hay que aclarar en este sentido que los andaluces no padecemos fonofagia, no ingerimos ni nos comemos sonido alguno, como se dice popularmente. Se pierde esa consonante final porque es una posición extremadamente débil y peligrosa; recordemos que en latín usaban –m final en determinados casos, y que la hemos perdido (amabam> yo amaba); además de ello, la pobre d es la más escurridiza de nuestras consonantes y lleva jugando al escondite con el idioma muchos siglos, de hecho, como sabemos, la d se pierde también, y mucho, cuando está entre vocales (lo explicamos aquí).
Curiosamente, la capital cuyo nombre usamos para ejemplificar estas tres posibles pronunciaciones distintas de la d, se convierte ella misma en un rompeolas de todas las pronunciaciones, ya que está situada entre la zona norte donde se se refuerza la d (hacia t o hacia z) y la zona sur (desde La Mancha a Andalucía) donde tiende a relajarse y perderse. Algunos estudios de la dialectología reciente han probado que ha habido cierta evolución en la pronunciación de esa d final en los últimos años en Madrid, ya que la variante Madriz, muy arraigada en clases populares hace unos años, está retrocediendo en algunos barrios en favor de Madrí. Con todo, la pronunciación de la –d final depende también de otros factores, no solo geográficos y de edad. Hay palabras que retienen mejor esa d sin alterarla: los imperativos con –d final la pierden mucho (venid, comed).
Que un sonido se neutralice de forma que pierda parte de su fisonomía y pueda perderse o intercambiarse con otro no es raro. Ante una b, por ejemplo, siempre escribimos m pero realmente tanto nos da pronunciar n que m, ambas formas son nasales. Otro ejemplo, que explicamos en este artículo, es el que ocurre con los sonidos que escribimos con l y r; estos se intercambian en zonas de Andalucía y del Caribe donde claramente se observa que no es distintiva la diferencia /l/ y /r/ si la consonante está al final de la palabra (llegar-llegal) pero en cambio lo es plenamente si la consonante lo está al principio (rata frente a lata). Es lo mismo que ocurre con Madrid, Madrí, Madriz y Madrit. Por agarrados que bailen los sonidos al unirse para formar palabras, los hablantes al articular los hacemos variar, intercambiarse con otros o perderse. Hablamos y nos seguimos entendiendo, aunque entre los sonidos a veces se arme la tremolina.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!