La bandera de México es el símbolo más importante de identidad nacional. Entre los mexicanos, se trata del elemento más representativo del orgullo patrio, ya que casi la mitad de los habitantes considera que es el símbolo que le representa. En 1940, Lázaro Cárdenas instituyó por decreto que el 24 de febrero se conmemore el Día de la Bandera.
“El tiempo ha demostrado que la bandera es más que un símbolo patrio, es un elemento profundo de la conciencia nacional”, dice a Verne el historiador Alejandro Rosas, por correo electrónico. De todos los símbolos patrios, entre los que se incluye el himno, es el único cuyo origen se remonta hasta los tiempos del México prehispánico.
Según el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), en la confección simbólica de la bandera se distingue la mezcla de alegorías provenientes de tres civilizaciones. “La primera de ellas es la prehispánica, derivada de la mitología olmeca, maya y mexica, cuyo símbolo mítico fundacional (el águila parada sobre un nopal), se convirtió en insignia universal del Estado mexica y, a la postre, en el escudo nacional mexicano”, indica el texto La bandera nacional: testimonio de la construcción de la identidad mexicana. “La segunda, la española, religiosa y colonial, representada por las ramas de encino y laurel; y la última, la franco-inglesa del liberalismo ilustrado, reflejada en sus colores verde, blanco y rojo”, señala.
Con ayuda de Rosas, reunimos algunas anécdotas históricas donde el lábaro patrio es el protagonista.
El abogado revolucionario que destrozó la bandera
Corría la lucha revolucionaria en octubre de 1914. En el teatro Morelos de la ciudad de Aguascalientes, antes de iniciar los trabajos de la convención revolucionaria, cada uno de los principales jefes, entre los que se incluían a Pancho Villa, pasaron al estrado y estamparon su firma sobre alguna de las franjas de la bandera nacional.
“Al tomar la tribuna, el conocido intelectual Antonio Díaz Soto y Gama tocó una de las fibras más sensibles de los mexicanos: su respeto a la bandera nacional”, narra Rosas. Las palabras que pronunciara el abogado resonaron en el teatro. “Aquí venimos honradamente, pero creo que la palabra de honor vale más que la firma estampada en ese estandarte, ese estandarte que al fin de cuentas no es más que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide... Señores, jamás firmaré sobre esta bandera. Estamos aquí haciendo una gran revolución que va expresamente contra la mentira histórica, y hay que exponer la mentira histórica que está en esta bandera”.
Soto y Gama tomó la insignia tricolor y se dispuso a romperla frente a todos. “La respuesta fue unánime: los revolucionarios reunidos en el teatro Morelos desenfundaron sus armas y cortaron cartucho. La muerte parecía dispuesta a izar la enseña patria sobre el cadáver del zapatista”, cuenta el historiador. Lo cierto es que el abogado tuvo que rectificar sus enardecidos dichos sobre la bandera, cuya confección fue ideada por Agustín de Iturbide. “Si bien es una bandera de la reacción, el pabellón se santificó con los triunfos de la república contra la intervención francesa”, dijo Soto y Gama. Rosas indica que luego de salvar su vida ante los revolucionarios Soto y Gama también se inclinó, como el resto de los mexicanos, ante sus tres colores.
El heroísmo patrio envuelto en tres colores
Muy conocida es la leyenda del cadete Juan Escutia, quizá el más conocido de los Niños Héroes, por haber saltado con la bandera de México en la Batalla de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847 durante la Intervención estadounidense en el país.
Pero la bandera también fue protagonista días antes, pero en la Batalla del Molino del Rey, ocurrida el 8 de septiembre. “El capitán Margarito Zuazo, miembro del batallón Mina, se quitó la chaqueta y envolvió su cuerpo con el pabellón mexicano antes de regresar al combate final para caer atravesado por las bayonetas estadounidenses”, narra Rosas.
También en los momentos de zozobra, cuando el país parecía caer en el abismo de la desintegración, la bandera se convirtió en un símbolo de esperanza. “El 31 de mayo de 1863, escribió Juan A. Mateos, el pueblo armado se dispersaba a defender el suelo patrio de los franceses, llevando consigo el sagrado depósito de nuestra bandera”. Sobre aquel estandarte ungido con la sangre de los mártires de la independencia, y en aquellos momentos solemnes, la sombra inmortal de Zaragoza se alzó con sus sudarios e impuso sus manos sobre la enseña de la patria pronunciando las misteriosas palabras que resuenan aún proféticas en el mundo del porvenir: “Con este signo vencerás”.
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