La lactancia materna, además de la primera etapa de la alimentación de gran parte de los humanos, es un periodo de tormentosa relación entre una mujer y sus pechos. La OMS y organizaciones dedicadas a la infancia como UNICEF recomiendan prolongarla lo máximo posible (6 meses en exclusiva y otros dos años más como complemento a la alimentación del bebé, y que ésta sea a demanda; del hijo, claro está.
Como ocurre en casi todos los comienzos, la primera etapa suele caracterizarse por cierta confusión en la que no es raro oír frases del tipo: “¿Desde hace cuánto tiempo llevo enseñándote los pechos?”. Afortunadamente, esta es la época de más recogimiento, en la que recuperarse del parto y dedicar tiempo a conocer al nuevo compañero de piso son la prioridad. El conflicto empieza cuando las madres deciden salir a la calle porque tienen que trabajar, quieren divertirse o, simplemente, porque quieren fingir que pueden seguir llevando una vida más o menos normal.
Pero si el principal motivo por el que el mayor peso de la crianza recae en la madre es porque ésta lleva el alimento integrado, qué menos que vivir esos meses con cierta libertad de movimiento. Por eso, lo normal sería encontrarnos a madres dando el pecho sentadas en un parque, en la cola del banco o en el autobús. Sin embargo, esto no es así. La foto de una madre australiana recién licenciada dando el pecho a su bebé con toga y birrete hace unas semanas no ha dado la vuelta al mundo precisamente por representar una escena cotidiana. Ella misma ha confesado que le gustaría ser una inspiración para que otras madres se animen a estudiar.
Tampoco es necesario aprobar una ley para proteger a las mujeres que den el pecho en público a sus hijos, como una madre llegó a realizar una petición en Change.org, sencillamente porque no hay ninguna ley que lo prohiba, aunque a veces lo parezca.
En mi caso, sólo gracias a que dejé de hacer esto, y decidí convertir el gesto de destaparme en algo natural, logré llegar a 15 meses de lactancia satisfactoria. Esto es lo que pasó cuando decidí dar el pecho en distintos lugares:
1. En cafés, bares y restaurantes: Una de las primeras cosas que se resiente tras la llegada de un bebé es la vida social de sus padres. Para minimizar los daños, compré un rebozo mexicano -vivo en México- que es una especie de chal donde podía transportar a la niña y taparme cuando le daba de mamar. Ese fue el inicio de un periodo de contorsiones y piruetas para lograr colocarme en la postura adecuada sin que se viera nada. Mis esfuerzos dejaron de ser útiles cuando mi hija decidió que prefería mirar el paisaje mientras comía. A partir de ahí no me quedó más remedio que empezar a enseñar la teta.
2. En un taxi: Recuerdo perfectamente la primera vez que le di el pecho a mi hija en un taxi porque después se lo conté a todo el mundo como si fuera una hazaña, y hoy me parece una gran tontería. Para mí, que había cogido el taxi apresuradamente temiendo el inminente estallido del llanto hambriento, fue una clara demostración de que el tan cacareado “a demanda” es prácticamente una versión de aquel lema de juventud rebelde: “Lo quiero todo y lo quiero ahora”. Mientras me resignaba a lo inevitable, imaginaba al taxista mirando lascivamente por el espejo retrovisor, algo que no estaba ocurriendo ni de lejos, demostrando lo que luego comprobaría en la calle: la mayoría de las veces, la gente ni te ve.
3. En una fiesta: Otro de los escollos de la lactancia materna en público es que esta práctica compromete muy seriamente tu vestuario, más si vas a una fiesta de gala, ya que encontrar un vestido por el que poder asomar la teta puede limitar mucho tus opciones.
4. En el teatro: La única función a la que pude asistir durante los primeros meses de vida de mi hija fue al teatro de calle nocturno, así que aproveché la oscuridad y el tumulto para pasar desapercibida y que nadie me acusara de ser yo la que estaba dando el espectáculo.
5. En el autobús: En México avanzar dos centímetros en un mapamundi supone 10 horas de autobús. Pues bien, la combinación pecho y traqueteo para dormir a un bebé es equivalente en eficacia a la de café y cigarro en su categoría. Este hecho me ha garantizado a mí y al resto de los viajeros poder estar tranquilos a cientos de kilómetros de mi lugar de residencia.
6. En un avión: El avión ha sido probablemente el motivo por el que más veces he postergado el fin de la lactancia materna. Llevar la comida lista para servir no tiene precio. Además, mamar durante el despegue y el aterrizaje alivia las molestias en los oídos de los bebés, lo que les ayuda a estar más calmados. Y que ellos estén más calmados, sin duda, alvia las molestias en los oídos del resto de los viajeros.
7. En la sala Mexica del Museo Nacional de Antropología de México. Ahí, entre restos del Templo Mayor de Tenochitlán, y frente al imponente calendario Azteca, tomé asiento en una de las típicas sillas de vigilante de museo y me tomé mi tiempo. Cualquier persona que haya estado en ese museo sabe que hay que dedicarle horas, lo que traducido al lenguaje madre lactante, son al menos dos o tres tomas. ¿Querían antropología?
8. En la sala de lactancia de un centro comercial: Sólo lo he hecho una vez y por el mero hecho de satisfacer mi curiosidad. La trabajadora de un centro comercial me sorpendió dando el pecho en el vestíbulo de los baños mientras esperaba a mi madre y me ofreció amablemente trasladarme a la sala de lactancia “para estar más cómoda”. Tardó un buen rato en traer la llave así que, cuando entré en esa habitación que apestaba a potito, la niña ya estaba en los postres. No me desagradó la idea de un sitio con sillones cómodos, música relajante y calientabiberones... hasta que tuve que presenciar cómo le cambiaban un pañal apestoso a un bebé gigante.
9. En la playa y en la piscina: Ponerte un bikini es como ponerte un cartel de “bufet libre” para tu retoño: la comida está más a mano que nunca. Por otro lado, al haber más carne expuesta en general, pasas más desapercibida. Sin embargo, curiosamente, la única vez que me han pedido que me tape fue en la piscina de un resort, ya que podía “molestar” o “herir la sensibilidad” de las personas que estaban a mi alrededor. A mi alrededor, nadie se había enterado de que mi hija estaba disfrutando de su merienda.
10. En la sala de reuniones de una oficina, durante una reunión: fui convocada a una reunión con muy pocas horas de antelación y no pude pedir a nadie que cuidara de mi hija, así que tuve que llevármela. El convocante no puso problemas, aunque tengo que confesar que en la reunión había varios amigos. Aún así, esta es posiblemente una de las veces que más incómoda me he sentido. ¿Por qué será que el binomio trabajo/maternidad nos produce cierto escozor incluso a nosotras mismas?
11. En el aeropuerto y rodeada de amigos: La primera vez que lleve a mi hija a España, corrí a abrazar a las trece personas que habían venido a recibirme. Cuando mi hija solicitó su aperitivo, no encontré lugar para sentarme, y mucho menos intimidad, así que lo hice allí mismo, de pie, mientras explicaba efusivamente los detalles de mi primer viaje en compañía de mi bebé. Para mis amigos, que llevaban meses sin verme y que aún no habían conocido a mi hija, no se me ocurre una (re)presentación mejor del momento que estaba viviendo.
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