Tanino, buqué, olor a corcho y otros términos para aparentar que sabes de vino

Si dentro de todo español hay un médico y un seleccionador nacional de fútbol, ¿por qué no va a haber también un sumiller?

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He llegado cuando eso de la cata de vinos se convierte en atiborrarse de vino, aunque de vez en cuando veo a uno u otro que lo paladea, que tarda en tragarlo y luego dice alguna chorrada. La mayor parte de los presentes se dedica a meterse el vino entre pecho y espalda a toda velocidad”. Es un párrafo de Alta fidelidad, el libro del británico Nick Hornby que seguramente te suene más por la adaptación al cine que hizo Stephen Frears y que protagonizó John Cusack. Esta escena (que en la película por desgracia no sale) siempre me ha parecido la caricatura que define a la perfección qué es una cata de vinos. Porque una cata de vinos solo es posible definirla con una caricatura: el protagonista llega tarde y aterrorizado a una cata de vinos australianos en casa de unos vecinos de sus padres pensando no solo en lo soporífero de la situación sino en lo insoportable que estará su padre al día siguiente, “no por la resaca ni por el pestazo a priva, sino por todas las chorradas que se habrá tragado. Se pasará la mitad del día contándole al personal cosas que nadie tiene ninguna gana de saber”.

El que sabe de vinos o es un brasas (un cuñado de la vida) o es un esnob, estirado, listillo, enteradillo, sibarita… No hay término medio. Y no lo digo yo. Es un cliché establecido y nacionalmente aceptado –fuera de España no es tan exagerado- con el que todos nos hemos reído alguna vez. Hace un par de años, en la presentación de un estudio sobre el consumo del vino en España que encargó el Observatorio Español del Mercado del Vino (OeMv), se dijo que la gente prefiere llevar a una cena un paquete de cervezas antes que una botella de vino por las represalias que le puedan caer. “Que si no sabe de vino”, “que dónde ha comprado ese vino”, “que a mí el blanco me da dolor de cabeza”, “que si no es reserva no me lo bebo”, y así un larguísimo etcétera de lugares comunes que todos conocemos. Una pena, sí.

¿Qué hemos hecho con el vino? Es un producto de la tierra, elaborado a partir de fruta que se recoge con las manos, que es uno de los mejores embajadores de la marca de cualquier territorio y lo hemos cubierto de un halo de sofisticación, postureo y, por qué no decirlo, tontería. Y así nos va. En vez de ser un estandarte, nos da miedo.

Parece que la solución no es fácil y que ni los elaboradores saben qué hacer para limpiar ese halo. Quizá sea más práctico unirse al enemigo que intentar vencerlo. Porque, a fin de cuentas, lo importante no es saber de vino, lo importante es aparentalo.

Así que aquí va una lista de frases, expresiones y gestos que ayudarán a cualquiera a hacerse pasar por todo un experto en la materia aunque no distinga un vino peleón de un gran reserva hasta el dolor de cabeza del día siguiente. Porque si dentro de todo español hay un médico y un seleccionador nacional de fútbol, ¿por qué no va a haber también un sumiller?

Esto es para salir del paso y salvar los trastos:

Nunca te dejes intimidar por el sumiller… pero hay que conseguir que elija él, que si no la vamos a liar. Es complicado moverse con soltura en una carta de vinos si uno no es mínimamente aficionado a esto de la enología. España elabora mucho vino y a muy buen precio, de decenas de zonas y multitud de variedades. Lo que es rico en variedad se convierte en este caso en un infierno. Una carta puede ser peor que un sudoku y tú apenas tienes unos segundos para resolverlo. Como no dispones de acceso al excel para hacer hace una tabla dinámica y no errar en la elección, dile al sumiller algo así como “queremos un vino que maride bien con lo que vamos a comer, de buena relación calidad-precio. Sorpréndanos”. Con eso no has dicho nada pero has salido del paso, que a fin de cuentas es de lo que se trata.

La prueba del corcho
No pasa en todos lados pero pasa. Al descorchar la botella te dejan el corcho en un plato como el del pan al lado del plato del pan. Limítate a tocarlo un poco por los lados y déjalo donde lo has encontrado. Y ya. O no hagas nada. Sinceramente, si el corcho hubiera estado en mal estado, el sumiller/camarero/metre ya se habría percatado y no te lo hubiera dejado ahí. Lo de olerlo para ver que efectivamente huele a corcho, que es como habitualmente huelen los corchos, es de cum laude de postureo.

Cuando te sirvan el vino para probarlo

Efectivamente: este vino tiene corcho.
Cógelo, míralo con detalle (con la servilleta, si es blanca, de fondo), huélelo con fuerza y pruébalo tras pasarlo por cada rincón de tu boca y, dependiendo de lo exagerado que seas, puedes hacer gárgaras (sí, hay gente que lo hace), trágalo y di… tinto, ¿verdad? No, eso no lo digas, limitate a disfrutarlo y si no te sabe mal –que lo normal es que sea así- di que adelante, que gracias, que excelente elección, y que sirva al resto de la mesa, porque si te pones estupendo las posibilidades que tienes de meterte en un jardín son más grandes que David Bisbal con una cuenta de Twitter sin filtro.

Ahora, si lo que te apetece es emular al Max Estrella de Valle-Inclán, aquí tienes una serie de recursos infalibles. De nota:

  • Este vino tiene corcho: sí, tapando la botella, ya lo sabemos. Pero, además de eso, se dice cuando el corcho está en mal estado y ha estropeado el brebaje.
  • Este vino está mejor en nariz que en boca: sí, es tremenda, la leas por donde la leas. Se suele decir cuando un vino te gusta al olerlo pero te decepciona al probarlo.
  • Tiene el tanino agresivo: el tanino viene a ser la sensación de aspereza en un vino. Si rasca, tanino agresivo.
  • Tanino domesticado: pues lo contrario.
  • Es un bebé: que aún le falta tiempo en botella para alcanzar su esplendor (sí, esto es muy subjetivo, pero se dice mucho).
  • Excelente buqué: el buqué es el olor. También puedes decir, ‘qué bien huele’, pero no quedas tan bien.
  • Al verlo: es cierto que el vino es rojo, granate o como cada uno lo vea, pero si de lo que se trata es de dar la nota, mejor hablemos de ‘picota con borde granate’, ‘rojo cereza con arco violáceo’ o ‘amarillo pajizo’ en el caso de los blancos. E intenta no reírte al final.
  • Al olerlo: Huele a vino. A fruta , si me apuras. Pero la gracia está en frases tipo ‘olor a farmacia’ (no sé si todas las farmacias huelen igual, pero esto se dice mucho), ‘aromas a chimenea’ (hay gente que huele chimeneas para después ser sumiller), o ‘notas de bosque y retama’ (y olé).
  • Al probarlo: Por qué decir que sabe a vino pudiendo decir ‘paso de boca balsámico y frutal’, ‘fruta en confitura’, ‘fruta sazonada’, ‘notas especiadas’, ‘recuerdos de pastelería’, ‘con buen esqueleto’, ‘paso de boca láctico y balsámico’…

Insistimos en que reírse al final o durante la cata denotará que no te lo estás tomando en serio y que eres una persona normal. Y las personas normales no saben de vino. O a lo mejor sí, pero se dejan la dialéctica para la intimidad. Si estas frases no te convencen, invéntate las tuyas. Mira la que lió Proust mojando una magdalena en té. ¿qué no puedes hacer tú evocando tus recuerdos más primarios al beber una copa de vino? Y no digamos a la séptima…


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