Hace unos días, el mago Jorge Blass anunció que había conseguido un logro poco habitual para un mago español: vender un truco de magia al mago más famoso del mundo, David Copperfield. El truco es, para qué vamos a describirlo de otra manera, alucinante: Jorge Blass escoge a alguien de entre el público y le hace loguearse con un iPad en su cuenta de Twitter. Entre los dos escogen al azar a uno de sus seguidores y, de una caja que previamente se ha comprobado que está vacía, aparece la persona real de entre todos los followers del espectador. Lo hizo en el programa de Buenafuente, y de la caja surgió nada menos que Nacho Vidal.
No es la primera vez que Jorge Blass ponía en marcha este espectacular truco. Es parte habitual de su show en teatros (actualmente está en el Teatro Compac de Madrid con su espectáculo Palabra de Mago) y lo ha repetido varias veces en televisión.
Blass dio una rueda de prensa para anunciar la venta del truco, que ha tardado cinco años en gestarse. Al parecer, tres años después de pensarlo por primera vez lo probó en directo y “no fue bien, fue regular”. Otros dos años de trabajo con su equipo (los trucos de escenario, lo que se conoce como “grandes ilusiones” no son obra solo del mago, sino de todo un equipo de técnicos que ayudan a ponerlo en pie desde una etapa de diseño inicial hasta la construcción final del mismo) le dieron esta forma final, que es la que llamó la atención de David Copperfield.
“Hace unas semanas recibí una llamada en mi móvil, y al responder escuché: “Hi, David Copperfield here!”, contó Blass en su blog. “Me hizo tres preguntas: la primera, si yo había sido el inventor del truco; la segunda, si alguien había hecho alguna vez algo parecido a esto; y la tercera, si estaba dispuesto a cederle los derechos para que él hiciera el espectáculo en Estados Unidos”, relata Blass, que afirma que “una semana después estaba en su teatro de Las Vegas enseñándole a hacer este truco”. Aunque la idea de hacer trucos con un iPad de por medio no es nueva (Simon Pierro, por ejemplo, está obteniendo fama internacional con ello), el uso de las redes sociales está todavía por explorar. No es extraño que Blass haya llamado la atención de un grande como David Copperfield.
Hablamos con Pipo Villanueva, joven mago español que, precisamente, acaba de publicar un vídeo donde desvela y explica muchos trucos propios, Magia para miopes. Según Villanueva, “no es nada fácil que David Copperfield, que tiene a algunos de los mejores diseñadores y pensadores de la actualidad trabajando para él, se interese en un truco ajeno, hay que darle la enhorabuena a Jorge Blass por eso”. Entre los magos profesionales despiertan más admiración Jim Steinmeyer o John Gaughan, diseñadores a sueldo de David Copperfield, que el propio mago que al final es la “cara” del truco. En cualquier caso, afirma Villanueva, “No hay muchos magos que hagan esto de comprar trucos, solo primeras figuras como David Copperfield, Lance Burton, Lu-Chen, siempre figuras muy mediáticas”.
Pero en cualquier caso, lo que sí despierta preguntas al profano en materia mágica es la propia idea de “vender un truco”. Un mago diseña un truco de magia y se lo vende a otro: ¿no es algo intangible, complicado de vender? Como pasa siempre con la magia, las cosas son a la vez más sencillas y más complicadas de lo que parece a primera vista.
La historia del conocimiento mágico
Un truco de magia tiene dos caras: lo que se ve y lo que hay detrás. A diferencia de otras artes escénicas, donde lo que recibe el público (un texto, unas imágenes, una melodía) es normalmente lo que se puede proteger legalmente y con lo que sus creadores pueden comerciar, en el ilusionismo lo que perciben los espectadores es solo fachada. Detrás hay toda una serie de secretos, desde los más sencillos movimientos falsos con una baraja de cartas a los más complejos montajes teatrales para hacer que un mago vuele o se teletransporte. “En la magia de cerca, que tiene mucha menos proyección internacional, es relativamente sencillo que se compartan trucos e ideas”, nos cuenta Villanueva. “La magia de escenario es otro rollo. Los magos de escena son más secreteros, son gente que se gana la vida con sus trucos de escena.”
El primer problema que se encuentran los magos a la hora de proteger y difundir sus trucos es que en realidad... no hay tantos trucos distintos. Hay una serie de efectos muy concretos (multiplicaciones, apariciones, desapariciones, etc.) que da igual que se realicen con personas, con miguitas de pan o con cartas, pero parten de principios similares. Un ejemplo: ¿os acordáis del Mago Enmascarado, aquel mago que en televisión desvelaba cómo se hacían trucos clásicos? Cuando el mago Andre Kole intentó demandarlo por revelar cómo se hacía un truco suyo llamado La mesa de la muerte, se encontró con un problema: en el juicio se demostró que, en realidad, el truco era muy similar a otro que había aparecido en libros de magia a principios del siglo XIX, y que perfectamente de ahí podía haber sacado el Mago Enmascarado la información.
El tráfico de secretos es un fenómeno que está vinculado al mundo de la magia desde sus mismos inicios. En la Edad Media y siglos posteriores, el misterio aún rodeaba a los ilusionistas, que en muchos casos hacían pasar sus poderes por reales para asegurarse fama. De hecho, el primer libro que revela trucos de magia es muy particular: data de 1584, lo escribió Reginald Scot y se titula The Discoverie of Witchcraft. Todos los secretos que destapa ahí tienen la función de disuadir a las autoridades religiosas de que manden a magos callejeros a la hoguera bajo acusaciones de brujería.
Todo cambió a finales del siglo XIX, cuando el ilusionismo se convirtió en un arte escénico vinculado al teatro. Conforme los escenarios de todo el mundo se llenaban de magos que competían entre sí (a veces con rivalidades fuera de control, como te puedes imaginar si has visto la película El truco final), y empezaron a organizarse en asociaciones secretas o no tan secretas como la Society of American Magicians en 1902 (Houdini fue uno de sus primeros presidentes) para compartir e intercambiar conocimientos e ideas. Fue en esta época cuando aparecieron las míticas primeras revistas profesionales de magia: The Sphix, The Wizard, The Magic Circular, Conjurer's Monthly, Mahatma... fue en ellas donde posiblemente tuvieron lugar los primeros contactos entre magos que han evolucionado hasta llegar al encuentro Blass-Copperfield.
Pronto llegaron los libros y los fabricantes de trucos (y las tiendas), y con ello una popularización y, sobre todo, objetificación de la magia. Seguro que has tenido un Magia Borrás: ahí lo tienes, objetos que puedes transportar, prestar, tocar, manipular. La magia como un objeto que se puede, es inevitable, comprar y vender.
Por lo que hablábamos de que un truco siempre tiene dos caras, las leyes de copyright se aplican de forma muy peculiar a la magia, como contaba Wired en un artículo sobre magia y derechos de autor. En Estados Unidos, por ejemplo, no puedes registrar un truco: lo que registras es la coreografía, lo que se ve. Por ello, la compra y venta de trucos se complica muchísimo.
La propia comunidad mágica ha desarrollado una serie de costumbres que protegen los trucos, como los secretos... Ahí está, por ejemplo, el código de los magos que les impide desvelar sus trucos a los profanos. No es solo que un juego del que se sabe el truco pierde toda su gracia (que también): es una forma de dar valor a lo único que posee el mago, el secreto. El secreto es también una forma de proteger el bolsillo de los magos: “El mundo de la magia es cerrado, no se exponen los secretos así como así, pero a poco que uno se aficione, uno tiene acceso a la información”, afirma Villanueva. “Si tú te aficionas al fútbol, te puedes pasar toda la vida jugando y no llegas a tener la oportunidad de que Cristiano Ronaldo se siente a enseñarte su último regate. Con la magia sí pasa, a poco que te metas en el mundillo, puedes tener a una figura mundial de la magia enseñándote algún juego.”
Lo cierto es que por extraño que resulte a alguien no aficionado al ilusionismo, es normal que los magos comercien con los trucos. “Ahora hay mucho más mercado, y hay magos que se ganan la vida vendiendo truquillos a otros magos, pero por otra parte, la inmensa mayoría de los magos que compran no son profesionales, tienen la magia solo como un hobby”. Así que no te pongas a hacer planes de negocio: aunque esa adivinación de la reina de corazones que tanto gusta a tu suegra sea la sensación de los bautizos y comuniones de tu entorno, posiblemente David Copperfield no te va a llamar esta noche para comprarte los derechos.
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