Hemos leído mucha información sobre los atentados de París, vemos más policía en la calle e incluso saltan falsas alarmas como la de este miércoles en una plaza madrileña. “Hemos recibido llamadas en el colegio de psicólogos de centros comerciales que están viendo un descenso en las ventas porque la gente no sale a la calle. Quieren saber hasta cuándo va a durar”, explica a Verne Guillermo Fouce, doctor en Psicología y autor de Psicología del miedo.
“Es normal sentir miedo en esta situación -añade-, pero también es infundado. Es el efecto que busca el terrorismo”. Cuando ocurre un evento de este tipo, “estamos en un estado de shock todos: las víctimas directas e indirectas, y también la sociedad. Nos ponemos en su lugar y pensamos que nos podría haber pasado a nosotros”.
1. Por qué sentimos miedo
Como escribe Giovanni Frazzetto en Cómo sentimos, el miedo “es una respuesta a una amenaza o peligro inminente”. Desde el punto de vista evolutivo, “es una cualidad útil, protectora de nuestra supervivencia. Agudiza nuestros sentidos y prepara a nuestro organismo para afrontar peligros inesperados”. Si nuestros antepasados no hubieran sentido miedo, probablemente no estaríamos aquí: habrían fallecido por jugar con una serpiente venenosa o por no alejarse a tiempo de un depredador.
En este sentido, Kahneman recuerda en Pensar rápido, pensar despacio que basta una experiencia única, como un accidente de tráfico, “para establecer aversión y miedo a largo plazo”. A veces incluso las palabras son suficientes, explica haciendo referencia al respeto que siente un bombero por tipos de fuego que no ha visto, pero sobre los que ha leído, hablado y pensado.
“El problema es cuando el miedo se generaliza, se basa en rumores y provoca reacciones irracionales”, explica Fouce. Estas reacciones no son fáciles de superar: Frazzetto pone como ejemplo su experiencia tras los atentados de Londres en julio de 2005. El neurocientífico, que vivía en la ciudad, prescindió del transporte público durante semanas y cuando lo volvió a usar, lo hacía con temor. “Con el tiempo aprendí a evaluar el riesgo de un ataque terrorista y reconocí que no tenía sentido permitir que la angustia que me causaba me impidiera llevar una vida normal”.
2. La necesidad de analizar el riesgo
“Los eventos muy improbables son o bien ignorados, o bien sobrestimados”, escribe Kahneman. Y pone como ejemplo estudios acerca de diferentes causas de muerte: es más fácil morir de un derrame cerebral o de diabetes que en un accidente de tráfico, aunque nuestra percepción es la contraria.
En gran medida, esto se debe a la cobertura de los medios, que dedican una atención desproporcionada a eventos poco usuales, que “en consecuencia se perciben como más habituales de lo que son”. Lo vimos en marzo después de que se estrellara un avión de Germanwings. La notoriedad de este suceso nos hizo olvidar un dato revelador: el número de fallecidos en accidentes de aviación lleva décadas en descenso.
También ocurre que nuestros cerebros están hechos para recordar historias: las narraciones son más atractivas que los datos. Nos podemos identificar con el relato de un superviviente o con la historia de una víctima. En cambio, la probabilidad de morir en un accidente de avión es simplemente un número. Y eso hace que nos resulte más difícil darle un significado personal: el miedo a volar no se supera solo con estadísticas.
3. El peligro de la manipulación
El miedo también nos hace más manipulables, recuerda Fouce. “Es nuestra parte más animal y primaria. Es un arma muy poderosa”. El peligro es que esta manipulación es muy difícil de canalizar “y puede llevar a respuestas descontroladas”, además de a actitudes irracionales, como “el miedo a lo diferente y las generalizaciones”. Lo vemos por ejemplo en los 26 estados de Estados Unidos que quieren cerrar sus puertas a los refugiados sirios tras los atentados del 13 de noviembre.
En el caso del terrorismo islámico, las generalizaciones son además constantes: el “enemigo" pasa a ser “alguien de fuera”, explica Joanna Burke en Fear: “un fundamentalista siniestro y con barba”. La historiadora recuerda que ya en los años 80 y 90 del siglo pasado, “el terrorismo recibió una atención desproporcionada en los medios de comunicación”, con metáforas que infundían aún más miedo, como en el caso de la expresión “el cáncer del terrorismo”. Tras el 11-S, para mucha gente este miedo “casi alcanzó el nivel de una fobia”, y se usó por gobiernos y políticos “para justificar operaciones militares rápidas y potencialmente contraproducentes".
Para evitar caer en esta trampa, Fouce propone dos vías: “Preguntarse quién se beneficia del miedo, es decir, quién lo maneja y por qué, y mirarlo a los ojos”. Esto puede hacerse, por ejemplo, pasando por la misma situación que nos provoca ansiedad (pensemos en los parisinos saliendo a las terrazas) o reduciendo la amenaza al absurdo: ¿no vamos a salir jamás de casa por temor a un posible atentado? También hemos de publicar (y compartir en redes) solo información que sea fiable, evitando los rumores infundados.
4. Las ventajas del miedo
Lo apuntábamos al principio al hacer referencia a su utilidad para nuestra superviviencia: a pesar de todos estos riesgos, el miedo también tiene sus ventajas. “No hay nada inherentemente malo en el miedo. En muchas circunstancias, es una emoción apropiada que invitar”, dice Burke, que pone por ejemplo la necesidad de los padres de inculcar en sus hijos el temor a cruzar la calle y a tocar los enchufes.
Además, el temor “puede estimular la atención, agudizar el juicio y proporcionar energía”. También promueve comportamientos más civilizados: “Las campañas en contra del tabaco o de beber y conducir usaron el miedo a la muerte para desalentar comportamientos antisociales o autodestructivos”. Gran parte de la creatividad surge también del miedo, según Burke: “Miedo a la muerte, al rechazo y a la soledad”.
Y recuerda los datos de un estudio publicado en el British Medical Journal sobre el miedo antes de someterse a cirugía: “Los pacientes que estaban demasiado animados o apáticos antes de una operación se recuperaron peor que aquellos que habían tenido tiempo a asimilar la situación y desarrollar una ansiedad apropiada”.
Según Burke, el miedo nos estimula y nos hace ser conscientes de que no podemos controlarlo todo. “Un mundo sin miedo sería un mundo aburrido. Es aleccionador pensar en un mundo en el que los padres no sienten temor por sus hijos o en el que la muerte es tan insignificante como almorzar”. Se trata de una de las fuerzas motivadoras de la historia, que nos ha llevado “a reflexionar de forma profunda y nos motiva para actuar”. La ansiedad es, como decía Kierkegaard, "el mareo de la libertad".
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