¿Las redes sociales han cambiado los límites del humor?

A veces nos escandalizamos en público de lo que nos hace reír en privado

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Escena de un sketch de 'Vaya semanita' en el que ETA entrega las armas
Escena de un sketch de 'Vaya semanita' en el que ETA entrega las armas

Una marioneta muestra un cartel que dice: “Gora alka-ETA" y los titiriteros acaban ante un juez. Se trata de uno de los ejemplos más recientes de algo que cada vez parece más frecuente: cómo queremos prohibir todo lo que no nos gusta, sobre todo cuando se trata de sátira y humor.

La polémica del día

Borja Cobeaga es guionista de las películas de los Ocho apellidos y director de las primeras temporadas de Vaya Semanita, donde ya se bromeaba con ETA. Actualmente hay “una capacidad de ofensa descomunal”, nos explica, y nos recuerda la que quizás sea la pequeña polémica más absurda de la última gala de los Goya. Dani Rovira dijo lo siguiente: “Si bajan el IVA al comprar un yate, a mí me da igual porque yo no tengo yate. Entiendo que a Montoro le pasa lo mismo con la cultura”.

La patronal del sector náutico, ANEN, envió una carta a Antonio Resines, presidente de la Academia, pidiendo que no se frivolizara con un sector que da trabajo a 11.500 personas. Resines llamó al secretario general de ANEN para disculparse. Dio igual que el chascarrillo no fuera sobre los 11.500 empleados del sector, sino sobre lo poco que se gasta Montoro en cultura. Bastó con nombrar un yate en un contexto humorístico para que alguien se ofendiera, a pesar de que sigue siendo uno de los símbolos de poder económico y, por tanto, algo muy susceptible de aparecer en una caricatura.

“Pensaba que estas cosas ocurrían en Estados Unidos -dice Cobeaga-. Pero no. El tópico de ‘no se puede hacer humor con nada’ pasa en España”. En su opinión, actualmente es más complicado hacer reír “por una sencilla razón: el puritanismo que ahora viene por todos lados. Antes era una exclusiva de la derecha, pero ahora también lo muestra la izquierda”.

En esta línea, Forges nos explica que durante la dictadura recibió amenazas por su trabajo como humorista gráfico: una nota anónima le advirtió de que “sabemos a qué guardería van tus hijas”. Actualmente no ha pasado por nada parecido y asegura que “no lo noto directamente en mi trabajo. Pero mi entrega neuronal es el cien por cien”. Es decir, tiene que usar todo su ingenio para "eludir las prohibiciones".

Este retroceso en la libertad de expresión no se queda solo en cartas pidiendo disculpas por un chiste. Como se ha visto en el caso de los titiriteros, “corres el peligro de acabar en la cárcel”, recuerda Cobeaga, que añade: “Se propaga el miedo. Aparte de la censura o de la escasa libertad de expresión también hay autocensura. Ves que secuestran la portada de El Jueves o que los titiriteros están en la cárcel y eso tiene consecuencias”.

Miedo a reírnos en las redes sociales

Las redes han sido por un lado “instrumento de libertad”, pero también son “un territorio que cada vez coarta y limita más”. En su opinión, “nos escandalizamos a una velocidad brutal. Sería bueno que no nos afectase tanto el escándalo del día en Twitter”. Y añade: “Vemos linchamientos, ofensas, escándalos”.

A menudo somos nosotros mismos quienes actuamos como policía y jurado del pensamiento en las redes sociales, como recuerda el escritor Andrés Barba, autor de La risa caníbal. “Todos sabemos que estamos siendo controlados, espiados, fiscalizados por completo”, pero “hacemos como si no lo supiéramos. Porque si no, dejaríamos de utilizar el medio”. Esta “vigilancia constante significa que antes o después todos tendremos algo punible y podremos ser castigados. Es cuestión de tiempo”.

La confusión entre lo público y lo privado

Uno de los factores que ha influido en el papel que han jugado las redes sociales es cómo han difuminado la frontera entre lo público y lo privado. A menudo hemos confundido Twitter con una barra de un bar y hemos usado las redes sociales “con una ingenuidad que se está limando”, afirma Cobeaga. “No hemos sabido manejar los límites entre lo privado y lo público. Si publicasen los chats con nuestros amigos, el juez Pedraz tendría que abrir causas a toda la población”.

En referencia a los tuits de Zapata, Barba recuerda que todos conocíamos esos chistes y los habíamos oído (tal vez incluso contado) decenas de veces: “¿De qué se escandalizaba la gente? ¿Del chiste en sí mismo o de que el chiste haya pasado del espacio privado al público?”.

Uno de los tuits de Zapata mencionaba a Irene Villa. Cuando ella dijo que no se había molestado ni por el chiste de Zapata ni por los chistes que cualquiera pudiera hacer sobre ella, muchos la insultaron por no ejercer de víctima siguiendo el guión que se habían imaginado para ella. "En el momento en el que te ofendes por algo que no va por ti, haces el ridículo -asegura Cobeaga-. Es de un hooliganismo terrible".

¿Nos podemos reír de todo?

En opinión de la cómica y tuitera Raquel Sastre, “el humor es un género de ficción, igual que el drama o el terror. El problema es que se le permite al drama lo que no se le permite al humor”. Sastre sabe de lo que habla: no solo da charlas sobre el tema, sino que el humor negro es habitual en sus monólogos y en sus tuits.

Según nos explica, “el humor es el único tipo de ficción al que se le dan connotaciones. Pensamos que alguien es racista por contar un chiste racista, pero no pensamos lo mismo del actor que interpreta el papel de un esclavista en 12 años de esclavitud”. La gente que se queja del humor no sabe “diferenciar la realidad de la ficción, cosa que sí hacemos con otros géneros”.

Como recuerda Ricky Gervais en uno de sus monólogos, cuando contamos un chiste de mal gusto, lo hacemos entendiendo que ninguno de los dos está de acuerdo con lo que se dice: “No le contaría un chiste de mal gusto a un pederasta, en plan, qué tal, tío, este te va a gustar a ti más que a nadie”.

Sastre no solo opina que se puede hacer humor sobre todo, sino que se debe: "De lo contrario caemos en el paternalismo y en la discriminación". Es más, "si limitamos el humor, hay que limitar toda la ficción. Por ejemplo, Juego de Tronos no podría existir porque está lleno de violaciones".

Cobeaga dirigió Vaya Semanita a partir de 2003. Los sketches de este programa se reían de todo, incluida ETA. “Se hizo en un contexto muy preciso, con tregua de ETA, lo hacíamos en el País Vasco... Lo teníamos todo a favor. Sí que es verdad que en el resto de España no se habría entendido. Había cierta estupefacción por el hecho de que se pudiera hacer algo así”. ¿Se podría hacer actualmente? “No sé si había más libertad, pero sí más ganas. Ahora habría más problemas”.

Cobeaga cree que se puede hacer humor sobre cualquier cosa, pero no de cualquier manera. “Si haces humor sobre el Holocausto o ETA, la burla no ha de estar dirigida a la víctima, sino al etarra, al nazi o al del GAL. El problema no es el tema, es el enfoque”.

Uno de los ejemplos más citados son los artículos que publicó The Onion tras el 11S. Este diario satírico estadounidense que ha inspirado webs como El Mundo Today “no bromeó sobre los aviones impactando en las torres o acerca de los ciudadanos que murieron ese día”, explican Peter McGraw y Joel Warner en The Humor Code. Lo que hicieron fue presentar a los terroristas como idiotas, con titulares como "Los terroristas se sorprenden al encontrarse en el infierno" y "Dios, furibundo, aclara el mandamiento de ‘no matarás’".

The Onion también se rió de la comprensible confusión que sintieron los estadounidenses esos días, en un ejercicio de empatía muy fino: "Sin saber muy bien qué hacer, una mujer cocina una tarta con la forma de la bandera de Estados Unidos". Ni siquiera hizo falta que pasara mucho tiempo: se publicaron el 27 de septiembre.

La revista recibió miles de correos electrónicos de agradecimiento.

Por qué (a veces) nos reímos de lo que no debemos

Sastre recuerda que nos reímos por motivos que no tienen necesariamente que ver con el contenido literal del chiste. En sus charlas pone un vídeo en el que un hombre negro que está en una cinta de correr se cae. El clásico vídeo de trompazos. Cuando nos reímos de una caída, no nos hace gracia que alguien lo pase mal. Tampoco nos reímos por racismo, en este caso. Es un asunto de expectativas: "El cerebro espera un resultado y se encuentra con una sorpresa".

Es la teoría de la incongruencia, que recoge Scott Weems en Ja: la ciencia de cuándo reímos y por qué y que también se puede aplicar al humor más negro: nos reímos de chistes sobre el 11-S o sobre Irene Villa “solo cuando estos chistes provocan reacciones emocionales complejas, porque sin estas reacciones no podríamos responder de otra manera”. No son muestras de crueldad, sino maneras de lidiar con nuestros temores y con nuestro dolor.

En uno de sus monólogos, el cómico Dani Alés comienza diciendo: "Yo no soy maricón". No son chistes sobre homosexuales, nos explica, sino sobre los prejuicios "porque yo los tengo y porque me sirve para descubrirlos". Y de paso, a todos los que lo estamos viendo. Es un trabajo de introspección y de autocrítica. De hecho, Alés opina que el humor puede ser tan catártico como las tragedias clásicas. Hay cierto humor "que conmueve, que es terapéutico".

Barba recuerda que “detrás de cada chiste siempre hay una idea” y que es importante enfrentarnos a estas ideas, nos incomoden o no. Y recuerda una anécdota de Linda Williams, pionera de los estudios sobre la pornografía: cuando trató en una clase la pornografía homosexual, un alumno le pidió permiso para salir del aula. Su argumento era que si se excitaba viendo ese contenido a lo mejor descubría que era gay.

“Preferimos ahogar nuestra risa con respecto a un chiste por el temor a descubrirnos racistas o a que nuestra risa nos delate como racistas, por ejemplo”, señala Barba. Pero se trata de una visión elemental y arbitraria. En su opinión, si eliminamos los chistes no eliminamos los prejuicios: al contrario, lo que hacemos es no enfrentarnos a ellos.

Un ejemplo que pone es el de Martes y 13 y su famoso sketch "Mi marido me pega". Tras la Nochevieja de 1991, media España repetía la coletilla. Hoy sería impensable. Pero “no es que contemos el chiste a escondidas, literalmente ha dejado de hacernos gracia”. Ya no le gusta ni a Millán Salcedo.

La escritora Julie Bindel recuerda que “prohibir a la gente que exprese sus puntos de vista no hace que estos puntos de vista desaparezcan”. Lo explica en este vídeo de The Guardian publicado en febrero con el título “Lo sentimos, no podemos prohibir todo lo que te ofende” suma más de 4,5 millones de reproducciones en Facebook. En su opinión, si estas ideas se exponen públicamente, podemos debatirlas de forma racional. La alternativa es “convertir la censura en la respuesta estándar a cualquier punto de vista que nos ofenda”.

"We are becoming a society in which censorship is the new normal."

Posted by The Guardian on Miércoles, 10 de febrero de 2016

Por supuesto, todo esto no significa que tengamos la obligación de reírnos siempre con todo el humor: "Puede que no te guste -apunta Sastre-. Yo lo paso fatal con las películas de terror, pero no pienso que porque te guste Saw eres un psicópata".

Que no nos guste, que no nos haga gracia, incluso que nos parezca ofensivo, no lo convierte en ilegal.

La puesta en escena de la ofensa

Cuando se presenta uno de estos casos en los que se multiplican las muestras públicas de escándalo por un comentario desafortunado en redes sociales, el escritor Andrés Barba, autor de La risa caníbal nos aconseja hacernos preguntas muy elementales, comenzando por si “de verdad me ofende tanto este chiste”.

En su opinión, cuando reducimos los límites del humor tanto como está ocurriendo actualmente, a menudo se genera lo que llama “un estado de lo teatral”. Por un lado “los supuestos ofendidos frente al chiste desubicado tienen que hacer un teatro de la ofensa”. Mientras, al otro lado se pone en escena “la teatralización del arrepentimiento y su regreso al redil de la normalidad y la corrección”.

Según Barba, “se ha generado un estado de la cursilería trascendental”, en el que “cada vez utilizamos menos ideas y más sentimientos para exponer nuestras posiciones". Y lo hacemos porque “los sentimientos son inexpugnables”: las críticas a los sentimientos son ofensas personales y no hay debate posible.

Barba explica que esto ha llevado “a un estado de paranoia absoluta muy parecido al estado del decoro victoriano. Una dama victoriana se escandaliza de las mismas cosas de las que hoy se escandaliza un supuesto liberal, pero por motivos totalmente distintos. Una, por decoro, y el otro, por una especie de teatralización mal entendida de lo que debe ser el respeto a los demás”.

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