Las ferias siempre han formado parte de las tradiciones mexicanas y son, sin duda, uno de los eventos públicos que más disfrutamos en México. Nada se compara con escuchar a una banda tocar por horas, mientras caminas por calles llenas de puestos de chácharas con una michelada o un curado de pulque en la mano.
Se realizan todos los años en distintos pueblos del país para celebrar a un santo, festejar el mes patrio o simplemente para distraer a quienes, muchas veces, nos cansamos de la rutina citadina. Si eres de los nuestros y disfrutas perderte en estos eventos, seguramente has vivido alguna de estas situaciones.
1. Atascarte de antojitos callejeros. Comer en la calle nunca ha sido recomendable, pero cuando te rodean los puestos de comida en las ferias, se te olvidan todas esas advertencias de la Secretaría de Salud. Cuando el hambre es canija, corres directamente al local de los pambazos o las enchiladas verdes. Si eres más de postres, te inclinas por unos churros rellenos o unos plátanos fritos bañados en Lechera (la crema es para los débiles). Para los que quieren algo más ligero siempre están los esquites, ya sabes, esos que llevan una doble capa de mayonesa, chile y queso, casi dietético.
2. Nunca perder la esperanza de ganar un oso de peluche. Caminas con mucha seguridad al puesto que tiene los peluches más grandes: un Bugs Bunny de medio metro o algo que podría ser Bob Esponja pero no estás muy seguro. No son los juguetes más bonitos pero siempre ha sido tu meta en la vida ganarte uno jugando a las canicas. Lanzas una por una lentamente con una técnica que según tú, garantiza que las canicas caigan en la primera línea de hoyos (los de mayor puntaje). Por desgracia, la mayoría no pasa de la mitad del tablero y el resultado te hace merecedor de un triste rompecabezas (este año es de Dora, la exploradora). Mejor suerte para la próxima.
3. Subirte a la rueda de la fortuna aunque te parezca que te estás jugando la vida. Como con la comida, tu espíritu yolo sale a flote y decides probar tu suerte en la rueda de la fortuna o si te sientes más valiente, en uno de esos dragones mecánicos que oscilan hasta dar un giro de 360 grados. Sabes que esos barrotes no te protegerán del todo y los ruidos de metal oxidado rechinando no son una buena señal. Pero cada año sobrevives por un poco apreciado milagro.
4. Bailar pegadito con muchos desconocidos. La banda y la cumbia son una constante en estos eventos. No hay momento en el que dejes de escuchar música y eventualmente, entre rondas de pambazos y vueltas en los juegos mecánicos, comenzarás a bailar. Sabes que no eres el único y buscarás esa esquina donde se reúnen los bailarines. Podrías bailar en cualquier otro punto, pero por alguna razón, prefieres codearte o pisarte con un grupo de extraños. ¡Qué más da! Lo importante es no perder el ritmo.
5. Hacer catarsis en los carritos chocones. No hay mejor manera de sacar el estrés y la ira que en este juego mecánico. Chocar contra el auto del prójimo a propósito es lo más divertido. No lo es tanto cuando alguien se ensaña y te avienta el carrito una y otra vez. Justo cuando te sientes en total control de tu auto y estás listo para ser el Vin Diesel de esa pista, la sesión se termina. La adrenalina te obliga a formarte para una segunda vuelta. La noche es joven.
6. Vaciar tus bolsillos por el merolico. Las luces de neón parpadeante por alguna extraña razón hacen que todos esos productos que jamás comprarías en un mercado o una tienda se vuelvan muy atractivos. La tentación aumenta cuando el merolico te dice otra vez que sus cobijas de 250 pesos están a punto de agotarse, aunque claramente puedes ver que tiene pilas y pilas frente a él. En ese momento pierdes tus instintos de consumidor inteligente y le compras una porque nunca encontrarás una cobija con el estampado de una enorme cabeza de tigre de Bengala en otro sitio y a ese precio. Lo más probable es que termine almacenada en algún clóset en casa de tus padres, junto con el jorongo de grecas que compraste en la feria del año anterior.
7. Poner a prueba tus tímpanos con los cohetes. Definitivamente no son como los de Disney World, pero los fuegos artificiales de las ferias son un espectáculo obligado, sobre todo cuando tu estómago lleno de pambazos no te permite una cuarta ronda en las tazas locas. En el mejor de los casos, el estallido de los cohetes dejará una leve vibración en tus oídos y las chispas que expulsan los fuegos artificiales quemarán dos que tres vellitos en tus brazos. Pero cuando estás cerca de un área de cohetes tu seguridad nunca está garantizada. Esperamos que algún investigador del Poli o la UNAM desarrolle un cohete inteligente que no contamine, produzca sonidos armoniosos y sea capaz de dibujar murales de Diego Rivera con nanotecnología.
8. Cantar Rata de dos patas colgado de un poste. La música es común de muchas ferias y si tienes suerte ese año, los organizadores tendrán suficiente presupuesto para invitar a una estrella como Paquita la del Barrio a su evento. Si no estás en una feria grande como la de San Marcos, Texcoco o la de Puebla, tal vez solo te toque una imitadora o imitador de Paquita. Eso no evitará la formación de una multitud emocionada que cantará los éxitos de la cantante a todo pulmón. El gentío tal vez te obligue a subirte a un poste cercano para tener una mejor vista del show y poder entonar Rata de dos patas sin sentir tan cerca las miradas prejuiciosas.
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