Si eres mexicano lo has visto en más de una película de La doña y lo has escuchado nombrar en varias canciones. Quién no ha cantado El son de la negra acompañado de un mariachi: Cuándo me traes a mi negra que la quiero ver aquí, con suuu rebozo de seda que leee traje de Tepic, dice la canción. El rebozo forma parte de la cultura y de la identidad del mexicano.
Esta prenda pudo ser similar a una que trajo algún Galeón Manila -nombre que se le daba a las naves españolas que cruzaban el océano Pacífico- de la India, también era parecida a las mantillas españolas que se usaban en La Nueva España. Sin embargo, el rebozo como lo conocemos hoy en día -con sus colores brillantes y sus elaboradas puntas- es hecho por manos mexicanas en distintas entidades del país.
Esa prenda que ha engalanado a hombres y mujeres durante décadas tiene un valor incalculable que, desgraciadamente, muchas veces se desconoce. Incluso se le llega a confundir con chalinas o bufandas cuando, no tiene absolutamente nada que ver con ninguna de ellas. La tradición que representa, el tiempo que tarda en hacerse y el proceso de elaboración son algunas razones por las que el rebozo es (o debería) considerarse una joya artesanal.
Porque hay quien nace entre rebozos
Para Karla Pérez, etnóloga de 42 años, el uso de cualquier pieza textil elaborada en cualquier contexto cultural de nuestro país, es motivo de orgullo. “Cada una de ellas, contiene la historia de quien la ha elaborado y de su cultura de origen”, explica la investigadora de textiles originaria de la Ciudad de México.
Evaristo Borboa tiene 90 años y hace rebozos desde los siete. “Yo nací entre rebozos”, relata en entrevista telefónica a Verne el artesano originario de Tenancingo (Estado de México). “Toda mi familia es de reboceros. Mi abuelo los hacía, él le enseñó a mi papá y mi papá a mí. Llevamos haciendo rebozos casi 150 años. Los hacemos desde que el algodón está en madeja hasta que se termina la punta”, detalla.
“Empecé a hacer rebozos porque veía que mi mamá los hacía y aprendí porque tenía que ayudarla. Eso fue a los 12 años”, dice la artesana Eduarda Vázquez, de 51 años y originaria de Zumpahuacán (Estado de México). “Toda la familia hace rebozos. Somos seis hermanas y todas nos dedicamos a tejerlos”, dice.
Pérez agrega: “A través de cada pieza se plasman conocimientos y saberes tradicionales que han sido transmitidos de generación en generación durante siglos. Esto ha permitido que hasta el día de hoy elementos y tecnologías culturales tan importantes se sigan utilizando”.
Porque hacer uno es como tener un hijo
Dependiendo del tamaño que tenga el rebozo, un artesano puede tardarse de tres a 16 semanas en hacer una pieza. De acuerdo con Vázquez, la complejidad de la punta y el número de hilos que se utilizan son dos cuestiones que también afectan el tiempo de elaboración.
“Cuando son de punta especial nos podemos llevar hasta un año. No puede agarrarlo uno de lleno porque es muy cansado”, cuenta. “Las manos se te calientan y la espalda te duele porque braceas mucho. Cuando mis hijos estaban chicos con eso los mantenía y hacía hasta dos prendas al mismo tiempo. La cosa es que ahora casi no veo”.
Cada año Borboa hace cuatro rebozos. “Desde el inicio hasta el final (la punta) me tardo cuatro meses y cada vez que termino uno siento mucha satisfacción. Es como tener un hijo”, dice el artesano. “Si hacemos cuentas ya tengo alrededor de 300 hijos”, agrega entre risas.
Porque no es "enchílame esta"
Los procesos de elaboración de los rebozos varían dependiendo del artesano, de la región en donde este radica y de las tradiciones que ahí existen y no, no son nada sencillos. Borboa por ejemplo ocupa el telar de cintura (Un sistema para tejer que consta de una correa de cuero y cuerda que el tejedor se amarra a la espalda mientras se sienta a tejer). Vázquez hace las puntas del rebozo con las manos, una vez que artesanos como Borboa le facilitan la tela.
Pérez, quién ha portado rebozos originarios de Uriangato (Guanajuato) desde hace más de 20 años, nos explica en cuatro pasos cómo se hace el rebozo de bolita:
1. Se anudan y tiñen los hilos de algodón artesanalmente.
2. Se separa el hilo en las ruecas y se coloca el hilo en los rodillos que se utilizarán y que facilitarán su manejo para el tejido del lienzo en el que se elaboran los rebozos.
3. Se tejen los lienzos en telar colonial o de pedal y a su término se corta se anuda y se emparejan las puntas.
4. Se cortan las puntas con tijeras de metal especiales.
Sea cuál sea el método que utilicen sus creadores, es un hecho es que cada uno de los rebozos son únicos e irrepetibles. “Ninguno es parecido al otro porque lo que vemos y sentimos es diferente cada vez que tejemos uno”, señala Vázquez.
¿Y cuánto se cobra por una prenda hecha a mano, que tarda semanas en tejerse y que es una tradición innegable nuestro país? “A veces nada más me dan 300 por un rebozo que vale 800. Los grandes cuestan entre 1.200 y 1.400 y los he llegado a vender en 700 pesos”, indica Vázquez. “Hay apoyos de Ifaen y Fonart , pero a mí no me han tocado. A veces se los vendo a Fonart en 350 los chicos y los grandes en 700. Es poco, pero si vendo cuatro ya se siente que es una ayuda”.
Borboa asegura que últimamente el rebozo se utiliza más e incluso se considera que se ha convertido en una prenda de lujo, pero aún no se valora lo suficiente: “Es una prenda que tiene que conservarse porque es como una extensión de la mujer mexicana. Todas la han usado. Desde la campesina, hasta la que vive en pueblo o la que habita en la ciudad. Se usó para cargar al niño, para hacer el mandado y para llevar la leña. Es parte de la mexicana y eso hay que recordarlo siempre”.
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