“No tinc por!”, no tengo miedo, es lo que corearon miles de personas este viernes en la plaza de Catalunya de Barcelona, al inicio de La Rambla, donde tuvo lugar el atentado terrorista que mató a al menos 13 personas e hirió a un centenar. Este lema desafiante con el terrorismo se ha convertido también en uno de los más usados en redes sociales. [Sigue toda la información sobre el atentado en EL PAÍS].
Desde luego, no podemos permitir que el miedo condicione nuestras vidas, que es uno de los objetivos del terrorismo. Pero tampoco hemos de sentirnos culpables si estos primeros días tras los atentados sentimos temor. No nos hace débiles, solo demuestra que somos humanos.
Sentir miedo es natural
“El miedo es una respuesta normal ante una situación que interpretamos como una amenaza", explica Luis García Villameriel. Este psicólogo, coautor de Psicología del miedo, aclara que el temor que vivimos tras los atentados es más bien “una mezcla de sentimientos, en los que también hay rabia e impotencia”.
De hecho, según cuenta a Verne en conversación telefónica, en situaciones de emergencia a menudo tiene que explicar a las personas a las que atiende que “el miedo es sano, natural y protector”. Nos avisa de que hay un posible peligro que pone en riesgo nuestra vida, hasta el punto de que cuando realizamos acciones de riesgo sin ningún miedo es más fácil tener un accidente.
Lo raro sería no tener nada de miedo, como nos explica la psicóloga Amaya Terrón: “Una cosa es tener un miedo controlado, racional y coherente con el acontecimiento y otra sería la incapacidad de sentir miedo”. Esto puede “suceder por un exceso de racionalización que actúa de manera protectora frente a sentimientos de desconfianza e indefensión”. Es una estrategia a la que a veces se recurre “para no sentirnos desbordados por la realidad”.
El problema viene cuando el miedo nos “impide funcionar con normalidad o provoca sufrimiento -explica García Villameriel-. Es entonces cuando se convierte en patológico”. En estos casos, la persona afectada tiene que aprender “a gestionar esta emoción, pero no a eliminarla".
Seguir adelante
El temor no nos debe impedir seguir con nuestras vidas. Eso sí, García Villameriel matiza que “es inevitable que los primeros días todo el mundo se muestre más precavido”, incluso aunque no nos hayamos visto afectados directamente. Esta respuesta debería desaparecer en dos o tres jornadas. “Es natural, ya que lo ocurrido dejará de tener un impacto tan presente y nuestras emociones se irán regulando”. Este psicólogo cree que el hecho de que ya hayamos sufrido el terrorismo en nuestro país hace que "estemos más preparados" para superar este miedo paralizador.
Por supuesto, hay que evitar actitudes irracionales. Tras los atentados de París de noviembre de 2015, el psicólogo Guillermo Fouce proponía pasar por la misma situación que nos provoca ansiedad: pensemos en los parisinos saliendo a las terrazas o los barceloneses yendo a La Rambla ya desde el viernes por la mañana. Otra vía es reducir la amenaza al absurdo: ¿no vamos a salir jamás de casa por temor a un posible atentado? También es aconsejable publicar (y compartir en redes) solo información que sea fiable, evitando los rumores infundados que pueden contribuir a la sensación de pánico.
Un factor de cohesión
Aunque a menudo se recuerda que el miedo es uno de los objetivos principales de los atentados, García Villameriel explica que un efecto secundario del terrorismo es que, en lugar de hacernos sospechar los unos de los otros, “tendemos a la cohesión y al sentimiento de pertenencia a la sociedad”, hasta el punto de que, al menos durante un tiempo, se suelen aparcar los temas políticos que sean motivo de desunión. “Es un sentimiento muy natural porque necesitamos protección de los demás”.
Esto no quita que el miedo nos haya hecho renunciar a parte de nuestra libertad: “El terrorismo condiciona y cambia la agenda política. Desde el 11-S se han recortado las libertades personales” y muchos ciudadanos han aceptado estos recortes a cambio de una mayor sensación de seguridad.
La percepción del riesgo
Es más probable morir de un infarto que en un atentado terrorista, pero el atentado nos asusta más. Tal y como explica García Villameriel, esto depende de cómo percibimos el peligro: no es lo mismo una estadística sobre enfermedades coronarias que todas las imágenes e historias personales que vemos y conocemos tras los atentados. Nuestros cerebros están hechos para recordar historias: las narraciones son más atractivas que los datos. Nos podemos identificar con el relato de un superviviente o con la historia de una víctima, pero nos resulta muy difícil tranquilizarnos con una estadística.
También influye el hecho de que se trate de actos intencionales y no de accidentes o eventos naturales. En estos casos, nos indignamos más y también aumenta nuestra incertidumbre, lo que puede provocar más miedo y ansiedad.
La percepción del riesgo también se ve amplificada por la cobertura en medios de comunicación. “Los eventos muy improbables son o bien ignorados, o bien sobrestimados”, escribe Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio. Cuando los medios dedican una gran atención a eventos poco usuales, “se perciben como más habituales de lo que son”, como ocurre también con los accidentes de aviación. Esto no quiere decir ni mucho menos que la cobertura sea desmedida, sino que afecta a nuestra forma de asimilar los hechos.
Es decir, no podemos dejar que el miedo nos domine y seguir con nuestras vidas es una forma de desafiar al terrorismo. Pero no hace falta que nos sintamos culpables por sentir miedo. Por suerte, somos humanos.
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