Cuando Donald Trump declara que pretende “make America great again” (“volver a hacer grande a América”), no se refiere a que quiere hacer grande al continente, ni a Colombia, ni a Chile, ni a Bolivia. Quiere hacer grande a los Estados Unidos. Podemos decir que los estadounidenses han votado a Trump, pero no que lo han votado “los americanos”, ya que solo lo han hecho los habitantes de uno de los países del continente americano. Tampoco lo han votado los norteamericanos, sino una parte de ellos: no depositaron su voto en las urnas los habitantes de Canadá o de México, países también de Norteamérica.
La práctica de hacer lo americano equivalente en exclusiva a lo procedente de Estados Unidos está recogida en el diccionario de la Real Academia Española porque es el uso extendido entre muchos de los que hablan español. De forma abreviada, los propios estadounidenses también se dieron a sí mismos el nombre de “americanos” y llamar “americanos” a los que son solo una parte de los americanos ocurre en otras lenguas europeas: en francés se usa mucho más “americain” que la rara forma états-unien. No obstante, quienes se ocupan de las normas del español y de su empleo en los medios han advertido de que el gentilicio para hablar de quienes viven en los Estados Unidos debería ser estadounidense. Así, por ejemplo, lo recomienda la Fundéu y la Real Academia Española en su Diccionario de dudas.
Desde el siglo XVIII, sobre todo después de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, nos podemos encontrar con esta identificación un tanto acaparadora de usar el gentilicio “americano” para aludir solo a una parte de los habitantes de ese continente: los residentes en Estados Unidos. No se da, en cambio, con otros continentes: hablamos de asiáticos o africanos sabiendo que son términos generales que no especifican país alguno de procedencia. Cosas de la lengua, que esconde varios secretos de historia dentro del gentilicio “americano”, como bien estudió hace años el académico y especialista en léxico histórico del español Pedro Álvarez de Miranda.
Si el 12 de octubre es festivo en España es porque un 12 de octubre de 1492 un almirante llamado Cristóbal Colón desembarcó en un lugar que creyó ser Asia y al que llegó en una temeraria apuesta por ir más allá del fin de la tierra conocida por los europeos. Como en la época pensaban que lo único que estaba al otro lado de Europa era Asia y lo que buscaban era llegar a comerciar con las Indias a partir de una vía alternativa a la que bordeaba la costa africana, llamaron Indias a esa tierra que tocaron e indios a sus habitantes.
La percepción de que ese territorio era una novedad en los mapas y que se interponía en el camino hacia Asia corresponde a varios geógrafos del XVI. Uno de ellos, el alemán Martin Waldseemüller, latinizó el nombre de Amerigo Vespucci, expedicionario florentino residente en Sevilla, y lo convirtió en “Américo”. Como todos los continentes tienen género femenino, Américo se hizo América. Pero en España durante los siglos XVI y XVII no se utilizó demasiado esta palabra. Los españoles usaban primero otras formas como “Nuevo Mundo” (porque era nuevo... para los europeos) o también “Indias” o “Indias occidentales” (lo que implicaba perpetuar el viejo nombre erróneo de la época en que se creía que ese territorio era asiático).
Poco se usaba entonces en España el nuevo nombre del continente, y menos aún su gentilicio derivado. De hecho, es curioso que ya en francés e inglés se utilizaba (américain, american) cuando en España se prefería hablar de “los indios”. Normalmente en el siglo XVII cuando se habla de algo americano en textos españoles es para referirse a plantas, animales o costas (pino americano, continente americano, león americano) y no tanto a los habitantes del continente, a los que se sigue llamando indios o indianos.
Las formas “América” y “americano” se extienden primero en América y en España poco a poco y a partir del XVIII. Ese hecho de que la palabra “americano” tuviera en principio uso más general en América que en España se ha explicado por una posible una conciencia de identidad naciente. Los sentimientos a favor de una independencia de América respecto a la metrópoli se están fraguando ya en la clase de los criollos, que preferían autodenominarse americanos antes que indios.
Hubo poca inocencia, pues, en el gentilicio. Y menos aún en otros términos que se han usado para referirse específicamente a las zonas no inglesas de América, como la forma “Latinoamérica”, que empezó circular a mediados del siglo XIX para tratar de incluir en un término no solo a la América española, sino también a la América de habla portuguesa y a la de órbita francesa, todas ellas hablantes de lenguas procedentes del latín. En una época en que Francia aspiraba a influir en México, la palabra “Latinoamérica” resultaba muy favorecida en el ámbito galo.
La palabra “Iberoamérica” tiene su gracia, porque proyecta sobre América la imagen de la piel de toro, la Península Ibérica, como lugar del que proceden las dos lenguas venidas del latín más habladas en América: el portugués y el español. Es una denominación más amplia que la de “Hispanoamérica”, que solo delimita a la zona en que se habla español.
Las preferencias de uso particulares son variables por áreas americanas y encuestas periódicas han dado resultados muy variables sobre si en América se prefiere Hispanoamérica, Iberoamérica o Latinoamérica. Esta última expresión, por cierto, ha dado lugar al adjetivo “latino” para aludir a los migrados que llegan de otras zonas de América hasta los Estados Unidos, así como a su descendencia. Y no, tampoco los latinos de Estados Unidos son incluidos por Trump cuando declara que quiere hacer a América great again. Es fácil que los nombres sean inclusivos y abarcadores, pero más complejo que es que sean inclusivas las sociedades que los usan.
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