"Pero, ¿cómo voy a entrar con una cerveza?", exclama, casi a gritos, una universitaria que ha salido de fiesta por Malasaña junto a sus amigos. Se ha acercado por pura curiosidad, extrañada al ver la madrileña iglesia de San Ildefonso abierta un viernes de madrugada. Turistas algo desconcertados, inmigrantes y gente sin hogar también se convierten, al menos durante unos instantes, en los nuevos feligreses de la parroquia.
La plaza que comparte nombre con la iglesia es testigo del trasiego juvenil que transcurre entre los bares de la zona. Tres veinteañeros invitan a la gente a entrar en un local cercano. No reparten flyers ni ofertas para ahorrar en copas. Apuntan al edificio católico. "Si quieres hablar, compartir tus ideas... no somos una secta ni intentamos evangelizar a nadie a toda costa", dicen, adelantándose a la posible negativa. Predican en el barrio del carpe diem.
Una vez al mes, entre 35 y 40 jóvenes residentes en Madrid se reúnen para abrir las puertas de este templo religioso hasta la una de la mañana. Organizan por sí mismos, con la ligera supervisión de un párroco, Anuncio, un encuentro en el que todo el mundo es bienvenido, aunque captar a los jóvenes es el principal objetivo.
Acuden allí donde saben que encontrarán al perfil que están buscando. La gente pasa ante su discreta fachada desde la calle Colón o la Corredera Alta de San Pablo, a las que han llegado en busca de ocio nocturno.
Durante esas dos horas en las que prácticamente toman el mando, más de un centenar de personas entran en la iglesia. Los móviles y las latas de cervezas no están prohibidos en el interior. Cerca del altar, siete miembros del grupo tocan música religiosa. Hay guitarras, una flauta, un cajón y un violín. Otros, en un gesto de devoción que se antoja exagerado, se arrodillan ante el retablo barroco que preside la estancia.
Cada noche, al menos uno de los miembros del grupo evangelizador ejerce de anfitrión a la entrada de la iglesia. Ofrece a cada visitante una caja llena de papeles de colores escritos en español, inglés y francés. Recuerdan a los mensajes encerrados en las galletas de la suerte de los restaurantes chinos. "¿Porque me has visto me has creído? Dichosos los que crean sin haber visto", dice la cita del apóstol Juan que se descubre al desenrollar uno de ellos. En una de las mesas se amontonan velas y mini-biblias de 30 páginas en las que se menciona a Adán y Eva, los salmos, la Pasión y muerte de Jesús.
La idea, adaptada de parroquias de Francia e Italia, comenzó a tomar fuerza en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid en 2011. Dos años después, la de San Ildefonso ya abría en plena noche una vez al mes. Durante los meses de verano, organizan festivales culturales en zonas de playa como Barcelona, San Sebastián, Ibiza o Avilés (Asturias).
"Al principio solo venía gente mayor, así que decidimos que teníamos que hacer algo. Pensamos: ¿cómo suelen convencernos las discotecas a las que vamos? Pues creando carteles y compartiéndolos en redes sociales y en mensajes al móvil", cuenta, cámara en mano, una estudiante de Comunicación Audiovisual y ADE de la Universidad Rey Juan Carlos.
Suele preparar vídeos y colgarlos luego en las cuentas de Instagram y Facebook que ella misma gestiona. Se llaman Love Revolution. "Es que lo que hacemos es una revolución de amor", explica su compañera. El grupo de WhatsApp que usan para informar sobre próximas citas tiene más de 120 miembros. Todos son chicos de su edad. Recurren a las nuevas tendencias del diseño para enviar un mensaje que así no resulta antiguo.
"Durante estas pocas horas al mes, los chicos encuentran un espacio en el que pueden ser ellos mismos y desarrollar su potencial. Crean un ambiente de libertad y cercanía. Los visitantes lo notan y plantean preguntas que no se atreverían a hacer en otras circunstancias. Comentan sobre pederastia o cualquier otro asunto que hayan leído en los periódicos. Y nosotros tenemos la oportunidad de establecer un diálogo espontáneo con ellos", argumenta David, uno de los párrocos que supervisa esta cita juvenil.
Hay quien se queda sentado durante un buen rato, en silencio, y luego se marcha sin entablar ninguna conversación. "Algunos nos comentan que solamente necesitaban un momento de paz", cuenta Fernando, quien pensaba que seguir a Dios era "de viejas y frikis" antes de frecuentar este grupo.
Él era estudiante de segundo de Periodismo cuando acudió por primera vez a esta cita, en 2014. Hasta ese momento, vivía alejado de la religión. "Comencé a tener dudas cuando una amiga mía muy creyente me invitó a ir a una misa. Luego fui a hablar con un sacerdote sobre ese conflicto que tenía y fue él quien me propuso ir una noche a San Ildefonso. Cuando salí de allí, decidí que entraría en un seminario al acabar la carrera", asegura sin miedo a que sus palabras suenen a delirio ultrareligioso. Lleva año y medio en el Seminario Conciliar de Madrid, del que además es su community manager.
"Mi familia es creyente, pero no de misa diaria. Yo llevaba tiempo desinteresado en el asunto. Creía que, tal y como estaba planteado, no me aportaba nada", dice, con una gorra en la cabeza. Resultaría mucho más creíble si dijera que está preparando un disco de trap en vez del camino al sacerdocio: "Cuando me hablaron de Anuncio pensé que era una locura, gente saliendo por las calles de Malasaña a hablar de Dios. El día que llegué, comencé a pasear por la iglesia. Entre la oscuridad y la música, me sentí en paz. Pregunté a Dios qué quería de mí y encontré aquí la respuesta".
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