Las semanas están mal organizadas. No tiene sentido que pasemos cinco días trabajando y solo tengamos libres los sábados y los domingos. Tendría que ser al revés: dos días trabajando (como mucho) y cinco descansando. Además de eso, los dos días del fin de semana transcurren volando, mientras que las horas que pasamos en la oficina más que avanzar, se arrastran. ¿Hay alguna forma de que el tiempo del fin de semana nos parezca (algo es algo) más largo?
“La percepción del tiempo es muy subjetiva y no coincide con lo que marcan los relojes”, explica a Verne Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de Emociones corrosivas y La fábrica de las ilusiones.
Nos da la impresión de que el tiempo transcurre más deprisa cuando lo pasamos bien, cuando estamos ocupados o motivados y, también, cuando estamos haciendo cosas nuevas. Pero parece que va mucho más lento cuando nos aburrimos, cuando sufrimos dolor o incomodidad y cuando estamos preocupados o en peligro. Incluso cuando estamos pendientes del reloj, como las ocasiones en las que vamos con prisa y esperamos que un semáforo se ponga en verde de una vez.
Es decir, una primera solución para que los fines de semana se nos hagan más largos sería aburrirnos o sufrir. Yendo al dentista, por ejemplo: podemos aburrirnos en la sala de espera y sufrir cuando nos llegue el turno. No es una buena idea, claro. Por tanto, si queremos tener la sensación de que nuestros fines de semana son más largos debemos prestar más atención a la memoria.
No solo vivimos el tiempo, también lo recordamos
En nuestra memoria, el tiempo también se altera: "El recuerdo es una experiencia subjetiva”, apunta Morgado. En la memoria (y en el recuerdo del tiempo) tiene un papel fundamental la emoción: “Recordamos mejor todo lo que nos emociona, sea bueno o malo". Aunque los recuerdos buenos tienen una ventaja, como escribe la psicóloga Claudia Hammond en su libro Tiempo deformado: nos gusta comentarlos más a menudo y, por ejemplo, repasar álbumes de fotos… Así que es más probable que al final acabemos recordándolos mejor.
También ayuda a nuestra memoria lo novedoso. Por eso tenemos más recuerdos de cuando teníamos entre 15 y 25 años. A esta edad pasan por primera vez cosas muy importantes: los primeros amores, los primeros trabajos, los primeros viajes con amigos... También influye, recuerda Hammond, que en esos años el cerebro está desarrollándose y que además estamos buscando y confirmando nuestra propia identidad.
Crear nuevos recuerdos es crear tiempo
Cuando hay menos novedad y menos emoción, los recuerdos acaban concentrándose y fundiéndose. No hay motivos para diferenciar un lunes por la mañana en la oficina frente a una hoja de cálculo de un miércoles por la tarde en la misma oficina frente a la misma hoja de cálculo. Si todos los días son iguales acabamos por olvidarlos. Todos los lunes son el mismo lunes.
Es decir, si nos aburrimos en fin de semana, puede que el tiempo transcurrido nos parezca más largo mientras lo estamos viviendo, pero lo recordaremos mucho más corto, ya que no habrá nada que recordar.
En cambio, si, como dice Hammond, “creamos más nuevos recuerdos que en un día normal”, puede que el tiempo del fin de semana pase más deprisa, pero también acabaremos con la impresión de que fue más largo: “Recordamos momentos, no días”.
Además de introducir variedad, es buena idea cambiar las rutinas. Estos cambios nos obligan a ser más conscientes de lo que hacemos y nos ponen en modo anticipatorio, por lo que nos parece que el tiempo pasa más despacio. Esto puede ser un inconveniente si estamos esperando que el semáforo se ponga en verde, pero puede ser una ventaja si estamos orientándonos en una nueva ciudad o probando un plato que no conocíamos.
El fin de semana seguirá durando las mismas 48 horas, pero recordaremos muchas más.
Por supuesto, otra opción es instaurar de una vez los fines de semana de tres días, pero esto puede ayudar mientras tanto.
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