Lo que la maldición de Ramsey nos enseña de nuestros sesgos

Los goles del centrocampista no matan a famosos, aunque tiene cierta lógica que nos lo parezca

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Aaron Ramsey, durante el partido contra el Newcastle
Aaron Ramsey, durante el partido contra el Newcastle.

El centrocampista del Arsenal Aaron Ramsey marcó este lunes 1 de abril uno de los dos goles que le valieron la victoria a su equipo sobre el Newcastle. El Arsenal está ahora tercero en la liga inglesa.

Su nombre llegó a ser tendencia en Twitter, pero no por su buen desempeño deportivo, sino porque muchos se preguntaban quién sería el famoso que moriría tras su gol. Esta maldición, la de que los goles de Ramsey causan la muerte de personajes conocidos, lleva perpetuándose no solo en tuits, sino también en titulares, desde 2009.

Se le ha acusado de provocar el fallecimiento de celebridades como David Bowie, Steve Jobs, Robin Williams y, recientemente, Luke Perry. Muchos medios han publicado incluso listas que recopilan ejemplos de esta correlación que, evidentemente, es absurda. Aunque sí dice algo acerca de cómo tendemos a pensar.

Vemos patrones, aunque no estén ahí

Aunque esta maldición es más un meme macabro que una creencia real de los aficionados, sí dice bastante acerca de nuestros sesgos. Como escribe Michael Shermer en The Believing Brain ("el cerebro que cree") estamos continuamente buscando patrones, es decir, relaciones entre hechos aislados.

Por ejemplo, si oímos ruido en la maleza, podría ser un depredador. O solo el viento. Es mejor equivocarnos con un falso positivo que con un falso negativo, ya que un error podría suponer nuestra muerte por exceso de confianza, motivo por el que tendemos a ver más patrones y correlaciones de las que existen. 

Por lo general, nuestra tendencia a identificar estos patrones es ventajosa, ya que nos ayuda a identificar novedades y resolver problemas. El problema viene cuando nos hace caer en el sesgo de correlación ilusoria, que nos lleva a asumir que hay relación entre dos variables aunque no haya datos que lo confirmen. Este sesgo está en gran medida detrás de la creencia en teorías de la conspiración y además puede reforzar estereotipos, al dar importancia a los ejemplos que confirman nuestras creencias, sin importarnos que puedan tratarse de excepciones.

También se da cuando asumimos que la continuidad temporal implica causalidad. Es decir, si primero vemos A (gol de Ramsey) y luego B (muerte de un famoso), pensamos que B es la consecuencia de A, cosa que ocurre con frecuencia, pero no siempre. Es un mecanismo similar al de muchas supersticiones, como creer que unos calcetines (A) hacen que aprobemos un examen (B), cuando la verdadera causa más bien son las horas que hemos dedicado a estudiar.

Correlación no implica causalidad

En la página Spurious correlations ("correlaciones falsas") podemos ver algunos ejemplos de correlaciones ilusorias, que vienen además en forma de gráfico, lo que les da una falsa impresión de veracidad. Su autor, Tyler Vigen, ha podido encontrar relación (aparente) entre las personas ahogadas en piscinas y el número de películas protagonizadas por Nicolas Cage al año, por ejemplo.

También entre los divorcios en Maine y el consumo de margarina:

Y uno que no deja de tener su lógica, la verdad: ingresos de salones recreativos y doctorados en ciencia informática en Estados Unidos.

Otro ejemplo de esta tendencia a buscar patrones en coincidencias lo cuenta el psicólogo Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio: durante la Segunda Guerra Mundial se difundió el rumor de que los bombardeos de Londres no eran al azar, ya que en el mapa había vacíos sospechosos en algunos vecindarios. El rumor apuntaba a que se dejaban intactos los barrios en los que vivían espías alemanes.

Sin embargo, un análisis estadístico llevado a cabo por William Feller mostró que la distribución de los ataques era precisamente la que cabría esperar en un proceso al azar. Como explica Kahneman, no esperamos ningún tipo de regularidad en cualquiera de estos procesos, por lo que cuando detectamos lo que parece una norma, rápidamente rechazamos que sea realmente aleatorio.

Cómo reforzamos nuestras creencias

No solo se trata de que muchas veces apreciamos una correlación, sino que además escogemos solo la información que nos interesa. Como escribe Shermer, una vez hemos identificado lo que creemos que es la causa de un evento que acabamos de observar, tenemos tendencia a seguir “recogiendo información que apoye ese vínculo causal por encima de otras posibilidades”.

Este sesgo de confirmación no solo nos lleva a recoger los datos que cuadran con nuestras creencias, sino que también hace que desestimemos los que podrían desmentirla: como recuerda The Guardian, la supuesta maldición de Ramsey se obvia sin problemas cuando falla, como ocurrió después de que el centrocampista marcara dos goles en un partido de Champions de 2014. En ese caso, los fallecidos más famosos fueron un lingüista esloveno y un político de los Países Bajos. Que, a ver, fueron noticias tristes, sin duda, pero no es lo mismo que cuando murió Bowie. Y eso por no hablar de que Jobs falleció tres días después de su gol y no la misma jornada, como se supone que reza la maldición.

Además, Ramsey no marca todas las semanas, pero todas las semanas muere gente. ¿Quién es en este caso el culpable? ¿Otro futbolista quizás más discreto? ¿A lo mejor un jugador de golf? ¿O un tenista? Todo es cuestión de ponerse a buscar correlaciones falsas y, si es posible, montar un gráfico con los resultados.

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