[Este artículo pertenece a La Carta de Verne, nuestra newsletter que llega todos los domingos. Si quieres empezar a recibirla, apúntate aquí].Este fin de semana se celebra en Madrid Fitur, la feria internacional del turismo. Lo cual significa que se cumplen 10 años de uno de los hechos más bochornosos e hilarantes de la historia de España: el Saqueo de los Paraguas Gallegos. Recomiendo prestar atención al vídeo completo. Aunque ya lo hayas visto. Siempre hay detalles interesantes que se nos han escapado en los primeros 712 visionados.
Al comienzo del vídeo se nos dice que hay unos 120 paraguas. Van a repartirlos entre los visitantes de la feria para promocionar Galicia. La idea es muy buena: se toman con humor el tema de la lluvia, le quitan una excusa al posible visitante y además es un regalo práctico. Parecen hasta de los buenos: al menos son grandes y no de esos plegables que al final de cualquier otoño ya tienen dos varillas rotas. El éxito está tan asegurado que el cámara dice: “A ver lo que duran”.
En cuanto salen, la multitud se abalanza. El primer paraguas lo coge un señor en el minuto 0:38. Le echo unos 97 años, pero le pones un paraguas en un estadio olímpico y deja a Usain Bolt tumbado. Ya en el 0:40 se oye la voz de una de las responsables del stand gallego: “¡Oigan!”. Nadie oye nada: hay cosas gratis. El carrito está totalmente rodeado: no sabemos si tenía que llegar al stand o pasearse por la feria, pero apenas ha podido recorrer unos metros.
En el minuto 0:44 ya vemos cómo el pánico se apodera de los visitantes. ¡Paraguas! ¡Rápido! ¡Hay que hacerse con ellos antes del holocausto nuclear! Una señora se lleva cuatro. Otros dos tipos se llevan al menos dos cada uno. ¿Por qué nadie se lleva solo (sin tilde) uno? ¿Por qué dos? ¿Tienen que ir a juego con su pareja también cuando llueve?
Imposible no pensar en el episodio de las uvas del Lazarillo de Tormes. El lazarillo y el ciego están comiendo uvas, a razón de una cada uno, hasta que el ciego empieza a cogerlas de dos en dos. Entonces el lazarillo decide coger tres cada vez. Al terminar el racimo, el ciego le acusa de haberlas comido de tres en tres, en lugar de una a una, como habían acordado. Cuando Lázaro le pregunta cómo lo sabe, el ciego contesta: “¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas”. Es decir, ¿por qué la gente coge tres paraguas? Porque ese de ahí se lleva dos.
Minuto 0:46. El carro ya ni se ve en la imagen. La situación parece sacada de la película Guerra Mundial Z. Aparece en la parte inferior un señor con traje gris, que llega corriendo, agarra cinco paraguas con una mano, dos o tres con la otra y se va, con cara de ser más feliz que el día en que nacieron sus dos hijas, las gemelas Mari y Luz. (Nota: este dato está inventado, pero me apuesto un paraguas).
Es el poder de lo gratis. El psicólogo israelí Dan Ariely ha llevado a cabo varios estudios sobre el tema. Uno de ellos lo cuenta en el documental Dishonesty. Resulta que Ariely tiene una máquina expendedora, de estas para vender chocolatinas. En su caso, no es un negocio, sino una herramienta para el mal. En una ocasión, puso todos los precios a cero. Todo era gratis. También puso un cartel con un teléfono al que llamar en caso de que hubiera algún problema con la máquina. ¿Sabes cuántos llamaron? Exacto, cero. La gente se llevaba, de media, cuatro dulces. Y a menudo avisaba a un amigo. Su teoría es que aprovecharon para vengarse de todas las otras máquinas que se habían tragado sus monedas, aunque esta fuera inocente.
En otro experimento (sin la máquina), Ariely puso a la venta una trufa de Lindt a 26 centavos y un Kiss de Hershley (una pieza pequeña de chocolate con leche, sin más) a un centavo. Más o menos la mitad optó por cada chocolatina: la trufa gustaba más, pero el Kiss era muy barato. Lo interesante vino cuando rebajaron 1 centavo el precio de cada chocolatina, dejando el Kiss gratis: el 90% optó por esta, a pesar de que la diferencia de precio era la misma.
“¡Oye, por favor!”. Estamos muy a tope con esta señora que está intentando proteger los paraguas gallegos. Un tipo ha cogido tres. Es muy alto, a lo mejor llueve más ahí arriba. Se suceden los primeros empujones. “Es increíble”. La gente se centra en los paraguas y rehúye su mirada. Fijate: nadie se atreve a mirarla a los ojos.
Tiene sentido: cuando nos vigilan nos comportamos mejor. Más aún si quien nos mira es alguien a quien conocemos. En el libro Freakonomics se habla de una empresa que se dedica a repartir donuts en oficinas. Al lado de los donuts se deja una caja para que la gente pague lo que compra, sin que haya nadie vigilando. Aunque parezca mentira, funciona: más del 80% paga lo que debe. El porcentaje es superior en empresas pequeñas, donde todo el mundo se conoce. No vas a ser tan miserable como para robar un donut con tus compañeros delante.
A veces es suficiente tener la sensación de que alguien nos mira: en otro experimento, este de la Universidad de Newcastle, bastó con poner en la cafetería unos pósters de caras a la altura de los ojos para que la gente recogiera y limpiara su mesa con más frecuencia.
En el segundo 00:56 aparece un tipo con gorra roja que coge tres paraguas e incluso alarga la mano para intentar llevarse otro, sin éxito. Podría haber perdido la mano. Y en el minuto 1:00, un señor sorprendentemente discreto se está llevando como mínimo una decena. Se le ve abajo, a la derecha. Aquí estamos ya en un momento de contagio: la gente coge paraguas solo porque hay gente cogiendo paraguas. Nadie se para a pensar en si ya tiene uno en casa o en si conservar la dignidad tiene alguna importancia. Es un poco como en ese experimento del ascensor del psicólogo Solomon Asch: si entramos en un ascensor y todo el mundo está mirando a la pared, en lugar de a la puerta, acabaremos dándonos la vuelta. Seguro que ellos saben algo que yo no sé. Aquí está el vídeo. Es divertidísimo. Y aquí hay algo más sobre los peligros de los sesgos o atajos mentales.
En el minuto 1:04 aparece un señor con mochila. Ir con mochila a Fitur es ir preparado. Seguro que esa mochila va llena de pegatinas, llaveros, bolígrafos y un montón de basura más. Incluso lleva cuatro pósters: quizás hay algún mapa de denominaciones de origen de vinos y otro con fotos de playas españolas. Mi apuesta es que se los regaló a sus sobrinos, que le dieron, incómodos, las gracias. No los colgaron jamás.
En el minuto 1:08 el carro está ya vacío. Hay que detenerse en la cara de estupefacción del chico que lo arrastraba. Ha pasado miedo. Ni siquiera él sospechaba que 120 paraguas durarían medio minuto. Han desaparecido a razón de cuatro por segundo. Resulta difícil contar exactamente el número de personas que se los han llevado, pero calculo que están en torno a las 40. Unos tres paraguas por cabeza. El señor que se llevó 10 (como mínimo) sabe perfectamente que la media no siempre es un dato de fiar, como escribió Joseángel Murcia en Verne.
Todo ha pasado tan rápido que la señora sigue gritando “por favor” de fondo, quizás sin saber que ya no hay paraguas que defender, aparte del puñado (¿seis o siete?) que ha agarrado y se niega a regalar. Incluso le suelta un "¡no!" a una pobre señora que solo quería, no sé, dos o tres. Pero nada, esos paraguas se volvieron con ella al almacén. Ya era una cuestión de honor.
En alguno de los más de 600 comentarios al vídeo se apunta a que esto es algo que solo ocurre en España. No sé, lo gratis tira en todas partes, como ha estudiado Ariely. Es verdad que hay cosas de aquí que llaman la atención fuera, como los Conguitos. Pero también hay cosas de fuera que llaman la atención aquí, como los selfis en el Memorial del Holocausto de Berlín. Por otro lado, es cierto que cuando la Junta de Andalucía regaló paraguas en la estación de Victoria de Londres, la respuesta de los británicos fue ordenadísima. Pero no tanto por ser ingleses como por no estar en Fitur, adonde la gente peregrina cada año para llevarse alguna baratija que en una tienda ni miraría. Solo porque es gratis. Como un sombrero, por ejemplo: este vídeo también tiene lo suyo.
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