-Línea de prevención del suicidio. Por favor, espere.
El chiste lo contaba Robin Williams en una entrevista a la revista People. Pero no era suyo, sino de otro cómico, Gary Muledeer. Muchos humoristas de la época vieron cómo Williams, que ya era una estrella, usaba material ajeno en sus actuaciones y en la serie Mork y Mindy, donde le dejaban improvisar. Lo cuenta el periodista Richard Zoglin en Comedy At The Edge (Comedia al límite), un libro sobre el stand-up estadounidense en los años 70.
La cosa llegó hasta el punto de que muchos humoristas preferían no actuar si Williams estaba entre el público. El cómico David Brenner incluso llamó a su representante: “Dile a Robin que si me roba otra línea, le arranco las piernas y se las meto por el culo”. El actor, al que Zoglin atribuye gran parte del boom de la comedia estadounidense, aseguraba que lo hacía sin querer, pero acabó extendiendo cheques para compensar a algunos de los cómicos agraviados.
Williams no es el único cómico al que se ha acusado de plagiar chistes, como demuestra una búsqueda en YouTube. Aunque en su época ya se consideraba que los chistes podían tener autor, no siempre fue así. Jimmy Carr y Lucy Greeves comentan en su libro Only Joking (Solo es una broma) que hasta mediados de siglo “se consideraba perfectamente normal que los cómicos profesionales robaran chistes y rutinas enteras de sus compañeros”.
Es decir, los chistes se veían como seguimos viendo los chistes populares: pequeñas cápsulas de humor que circulan de forma oral y sin atribución, a menudo viajando entre lenguas y países. Así, un chiste de Lepe se convierte en Inglaterra en uno sobre irlandeses y en Francia en otro sobre belgas. Incluso los libros clásicos que recogen estas historias, como el Philogelos (siglo IV) o el Liber facetiarum (recopilado en el siglo XV por Poggio Bracciolini), lo hacían sin mencionar autores de estas historias cómicas, que se desconocían.
Esto cambió primero con la televisión, cuentan Carr y Greeves. Entonces comenzaron a grabarse las actuaciones y los cómicos podían demostrar que, al menos, ellos ya habían contado ese chiste. Se acentuó en los 60 con la aparición de cómicos con un estilo mucho más personal, como Lenny Bruce, que pasaron a un humor más observacional y dejaron de recurrir a la fórmula clásica del chiste. Una historia de Lenny Bruce se puede copiar, pero se nota mucho: “No diré que mi colegio era duro, pero teníamos nuestro propio forense. Nos hacían escribir redacciones como: qué quiero ser si me hago mayor”.
¿Sabes aquel que contaba Eugenio?
En España, la situación no era comparable a la estadounidense, al menos hasta que a finales de los 90 comenzó a popularizarse el stand-up en Comedy Central y el Club de la Comedia. Sí hemos visto tradicionalmente a cómicos que creaban su propio material (Martes y 13 o Gila) y algunos otros que simplemente contaban chistes, muchos de ellos populares.
También ha habido casos intermedios: muchos de los chistes de Eugenio en realidad no eran de Eugenio y Chiquito de la Calzada contaba chistes viejísimos, aunque eso le daba un poco igual a todo el mundo porque lo que hacía gracia era cómo los contaba. Y a veces los chistes de un cómico profesional pasaban a compartirse de forma oral, perdiéndose la atribución, como acabó ocurriendo, por ejemplo, con el chiste del paraguayo, de Tip y Coll.
En todo caso, hoy en día plagiar un chiste también es una acusación seria en España. “Internet ha hecho mucho en este sentido”, subraya Pilar de Francisco, cómica y guionista de Late Motiv. “Hace años se veía normal, por ejemplo, coger algo de la televisión estadounidense y fusilarlo tal cual, sin ni siquiera darle una vuelta”. Y pone el ejemplo de la frase “yo soy Emilio Aragón y usted no lo es”, de Ni en vivo ni en directo (1983), copiada de Chevy Chase y el Saturday Night Live. Hoy en día no se podría hacer algo así porque es mucho más fácil que la audiencia haya visto el programa de Jimmy Fallon o de Jimmy Kimmel en YouTube y las críticas serían de esperar.
También hay más cultura del humor: “En Netflix y en YouTube todo el mundo puede ver monólogos, por ejemplo, y todo esto enriquece la cultura de la comedia. Se ha igualado al drama. Si alguien le copiara una frase a Shakespeare, la gente le preguntaría si está loco o qué. Con el humor hasta ahora daba igual, se podían incluso copiar frases de Groucho Marx sin que mucha gente se quejara”. El chiste, apunta, se veía más como parte de la cultura popular que de la alta cultura y eso está cambiando.
Coincide Tomàs Fuentes, cómico, guionista de La competència y autor del libro ¿Quién se ha llevado mi máster? “La comedia siempre ha sido más despreciada. Parece que no pasa nada cuando alguien plagia chistes, pero si copia una canción sale en todos los informativos”. Fuentes apunta que copiar chistes “es un desprecio hacia el trabajo ajeno", pero no es algo que le quite el sueño: "Si me copian alguno, ya se me ocurrirán más”.
Fuentes también apunta que cada vez hay menos "cuentachistes" entre los humoristas: el chiste tradicional se considera anticuado. También en lo que se refiere al humor entre amigos: cada vez son menos frecuentes los chistes y es más habitual comentar y compartir tuits, memes e incluso frases de monólogos.
Además de todo esto, robar chistes también puede ser una cuestión legal: un chiste está sujeto a los mismos derechos de autor que cualquier otra obra intelectual, como explica el abogado David Maeztu, del despacho 451 Legal. Por ejemplo, Conan O’Brien está metido en un juicio, acusado por un tuitero de haberle robado chistes en su programa de televisión. El principal inconveniente en un juicio puede ser el de la extensión de lo plagiado: “Cuanto más corta sea la obra plagiada, más difícil será demostrar la originalidad y la creatividad”, explica Maeztu.
Robar chistes en Twitter
En redes sociales hay mucho humor y mucho chiste, y se suele considerar de mal gusto compartirlos sin hacer mención a su autor original, incluso aunque sea a través de un pantallazo en WhatsApp. Fuentes recuerda que “es más fácil encontrar al autor” de una ocurrencia, aunque sea un anónimo en Twitter, y se respeta más el trabajo que hay detrás de un buen chiste. Lo cual tiene mucho sentido si tenemos en cuenta que en Twitter e Instagram muchos usuarios no solo comparten, sino que también crean su propio humor, aunque sea como pasatiempo y sin ningún objetivo de llegar a profesionalizarse.
Lo que no quita que se copien chistes, como este de @obdriftwood, a quien se lo han fusilado de forma masiva desde hace años, como muestra una búsqueda en Twitter.
Toda la vida mirando a nuestra espalda al sacar dinero del cajero para que no nos robasen, y resulta que había que mirar al frente.
— Otis B. Driftwood (@obdriftwood) 25 de marzo de 2013
A veces el plagio es más rebuscado, como ocurre con quienes traducen tuits del inglés, como este de la licuadora, del que no es difícil encontrar versiones en español:
WIFE: I regret getting you that blender for Christmas.
ME: {drinking toast} Why?— Consider John Frazzled (@FrazzleMyGimp) 18 de mayo de 2018
ESPOSA: Me arrepiento de haberte comprado esa licuadora por Navidad.
YO (bebiendo tostada): ¿Por qué?
Incluso se copian hilos enteros:
Bueno, pues sí, me han fusilado el hilo. Han hecho una versión argentina y lo han empeorado un poco. A partir del minuto 26!https://t.co/jCUebE8Act
— Juan Noesporpresumir (@N0ESP0RPRESUMIR) 28 de febrero de 2019
Hacer ctrl+c y ctrl + v es muy fácil, pero quienes lo hacen muy a menudo son objeto de muchas críticas, como se puede ver en el caso de Cabronazi y otras cuentas similares. Pilar de Francisco recuerda que cuando alguien copia, es habitual que mucha gente avise ya en los comentarios al tuit.
¡Ha sido sin querer, soy criptomnésico!
Pero a menudo no tiene nada de raro coincidir con un chiste. De entrada, es normal llegar a conclusiones similares si se parte de la misma premisa. Un ejemplo conocido se dio en 2014 cuando se relacionaba a Leonardo DiCaprio con Haruki Murakami por ser los eternos favoritos al Oscar y al Nobel, respectivamente. Los plagios de verdad suelen ser más evidentes, como apunta Fuentes, ya que suelen apropiarse de una idea muy original o simplemente copian el mismo chiste palabra por palabra.
En esos casos podemos incluso ser víctimas de un fenómeno relativamente: la criptomnesia, que se da cuando creemos tener una idea muy original, pero en realidad hemos olvidado que se la habíamos oído a alguien antes. Es decir, puede que muchos de los que están tuiteando el chiste del teléfono de atención al suicida de Gary Muledeer 40 años después crean que se les ha ocurrido a ellos. A todos nos ha pasado (o hemos sufrido) algo parecido en alguna ocasión. Aunque -avisamos- esta excusa difícilmente colará más de dos o tres veces.
Escribir guiones en tiempos de Twitter
Que todos disfrutemos de una mayor cultura del humor tiene una contrapartida para los profesionales: escribie un chiste que no se haya hecho antes en Twitter es un reto. Esto es especialmente complicado cuando se intenta hacer humor con la actualidad, como explica De Francisco. La guionista de Late Motiv cuenta que cerrar un guion a las dos de la tarde para un programa que se emite a las once de la noche supone que hay que dar una buena vuelta a estos comentarios sobre las noticias o hacerlos muy personales. Explica, por ejemplo, cómo recientemente tenían preparado un montaje con los acusados en el juicio al Procés como si estuvieran en el Dragon Kahn. “Tuvimos que quitarlo porque ya estaba hecho”. La foto se enviaba por WhatsApp con el mensaje “la nueva atracción de Port Aventura”,
“Normalmente intentamos no quedarnos con la primera idea, porque es fácil que otra persona haya llegado antes”, explica Fuentes, que narra una mala experiencia al escribir un monólogo para el programa semanal Buenas noches y Buenafuente, en 2012: “Iba sobre Froilán, que esa semana se había disparado en el pie. Dejé el monólogo escrito el viernes, pero para el domingo ya se habían publicado en Twitter todos los chistes que había dejado escritos”.
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