Margarita y los turistas

A mis ojos, Donostia se convierte en el balneario para ricachones de antaño

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¿Llegaría a saber Margarita que inspiró el nombre de un pincho? (Foto: Getty)
¿Llegaría a saber Margarita que inspiró el nombre de un pincho? (Foto: Getty)

La Matrioska activa el modo veraniego. Para que estas semanas de calor sean más refrescantes, hemos invitado a varias autoras a que os escriban las cartas de los próximos domingos, al igual que hicimos el año pasado. Habrá reflexiones, relatos, autoficción y más sorpresas y compañía, tanto para las que están en la piscina como para quienes languidecen en el sofá con las ventanas cerradas a cal y canto. Todo, con un hilo conductor: ️EL VERANO. Signifique lo que signifique este año.

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Siempre he tenido la sensación de que los veranos cálidos nos despojan de las máscaras tras las cuales nos ocultamos durante el resto del año, que con los cuerpos expuestos y reblandecidos por el calor, nos volvemos un poco más vulnerables, algo que se acerca a lo que fuimos en origen y dejamos de ser a golpe de sistema. Esta misma impresión se extiende a las ciudades, creo que el verano las desviste y revela su verdadera cara. A mis ojos, Madrid se convierte en un agujero desértico y sofocante, Barcelona en una alcantarilla llena de ratas (en su mayoría blancas) provenientes de todos los rincones del mundo y Donostia en el balneario para ricachones de antaño. Las calles de la Parte Vieja donostiarra se ven invadidas por los herederos de las tropas napoleónicas, que cruzan la frontera para atiborrarse de comida y vino y a quienes se los distingue por llevar de un lado para otro platos rebosantes de pinchos; algo que jamás haríamos los lugareños, que acostumbramos a ir de bar en bar en busca de la especialidad de cada lugar y lo hacemos con mucha menos frecuencia de la que el marketing destinado al turismo pretende hacernos creer. Aunque las malas lenguas advierten que los pinchos fueron un invento para paliar las consecuencias etílicas que trae consigo el poteo, (un término más amable que alcoholismo normalizado) lo cierto es que fueron el fruto de una reunión entre comerciantes cuyo objetivo era atraer turistas adinerados y así reflotar la economía local. A estos hombres les pareció que una versión minimizada y expuesta de nuestra cocina sería un consumible más atractivo que los platos cocinados con la dedicación requerida y ocultos a los ojos del público. Y así nació la gilda, un encurtido de aceitunas, anchoas y guindillas de Ibarra que encontraremos en casi todos los bares y que le debe su nombre a uno de los personajes más memorables del cine negro, interpretado por Rita Hayworth en 1946. La comparación casposa afirmaba que el pincho era como ella: verde, salada y un poco picante. La Hayworth, que consiguió escandalizar a la población más conservadora a golpe de guante, también fue un producto salido de una reunión de hombres poderosos en la que se decidió que Margarita Cansino no era un nombre lo suficientemente comercial y que habría que acortarlo, cambiarle el apellido por uno anglosajón, teñirle el pelo, ampliarle la frente y rebajarle unos kilos a la futura diva para que encajara mejor con el canon de belleza occidental de la época.

Mientras la iglesia española tachaba la película de Charles Vidor de “gravemente peligrosa”, los camareros donostiarras servían el comestible y se labraban una fama bastante distinta de la de la actriz: empezó a correr la voz de que el maltrato era el precio a pagar a cambio de disfrutar de las delicias gastronómicas locales. Se dice que con la llegada del turismo masivo de hace unos años, los camareros han cambiado sus presuntos malos modales por unos que se ajustan mejor a lo que se espera de alguien que sirve en turnos interminables y condiciones casi siempre penosas. “Ya no te tiran los cambios de mala manera y te saludan al entrar.”

A los cincuenta años, Margarita enfermó de alzhéimer, una enfermedad que despoja de recuerdos a sus aquejados y que en ocasiones los devuelve a algo cercano a lo que fueron y tuvieron que dejar de ser. En los momentos de lucidez, muchos de los enfermos se escriben recordatorios y los reparten por sus casas. Las habitantes de Donostia también nos hemos escrito un recordatorio en las paredes de la ciudad, uno que nos sirve para recordar las invasiones y no mutilar nuestra identidad aun cuando nuestras calles estén vacías de invasiones bárbaras: TOURISTS GO HOME.

Margarita y una gilda.

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