En la década de 1930, cuando los medios de comunicación y una reconocida bebida gaseosa comenzaron a popularizar la imagen que hoy conocemos de Santa Claus –– también llamado Papá Noel, San Nicolás o Viejito Pascuero –– un grupo de políticos mexicanos quisieron salir al rescate de la identidad nacional y proponer al mismísimo Quetzalcóatl, “el más celebrado y tenido por mejor y más digno sobre los otros dioses”, según cuenta Jerónimo de Mendieta, en su Historia eclesiástica indiana. Y lo lograron… por un día.
Quetzcóatl, creador del cielo y la tierra y asociado a la vida, es considerado uno de los dioses más importantes de la mitología mesoamericana. “Ayer tuve el honor de comer con el señor Presidente de la República y durante la comida acordamos la conveniencia de sustituir el símbolo de Santa Claus por el de Quetzalcóatl, divinidad que sí es mexicana", declaró el entonces Secretario de Educación Pública, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, a los medios de comunicación, un 23 de noviembre de 1930. El cambio tenía como objetivo “engendrar en el corazón del niño amor por nuestra cultura y nuestra raza”. El presidente era el ingeniero y diplomático Pascual Ortíz Rubio, siempre visto como “el pelele” de Plutarco Elías Calles y candidato oficial del entonces PNR, el Partido Nacional Revolucionario, fundado por el mismo Calles apenas un año antes, según los historiadores Luis Aboites y Engracia Loyo, de El Colegio de México.
La década de los 20 y principios de los 30 fue la época del nacionalismo revolucionario, la construcción de un nuevo Estado y la exaltación de la mexicanidad. El amor desmedido por las raíces prehispánicas, el maíz, el chile, las sandías, las tradiciones... fueron recogidos por el movimiento muralista o el grupo de los Estridentistas “la vanguardia más ruidosa de la cultura mexicana” que exclamó su devoción por el mole de guajolote, mientras que la música de Silvestre Revueltas, Manuel M. Ponce o Agustín Lara pusieron la banda sonora a una de las épocas más fructíferas de la música en México.
Tras la Revolución de 1910, el mundo indígena se siguió revisando a fondo para extraer de él cuántos símbolos fueran útiles a la construcción de una identidad propia. Y la clase política quería poner su granito de arena. Lo hicieron creando La Sinfónica Nacional (1928); el Fondo de Cultura Económica (1934) y Nacional Financiera (1934), por mencionar algunos hitos. Por eso quizá a nadie le sorprendió la sustitución de Santa por la serpiente emplumada. ¿Hay algo más antimexicano que un señor que viste gorro, guantes y viaja en trineo?
En ese contexto, el 23 de diciembre de 1930, en el Estadio Nacional , el presidente Pascual Ortíz Rubio organizó una entrega de regalos a miles de niños ante un escenario que imitaba un templo en honor a Quetzalcóatl. En el lugar había “árboles de Navidad decorados con luces de colores, la procesión de sacerdotes, batallones y bailarinas honrando a la serpiente emplumada”, contaban las crónicas de El Universal de la época. La primera dama, Josefina Ortíz, fue una de las encargadas de repartir juguetes y dulces a los niños que acudieron al espectáculo, al que asistieron unas 15.000 personas.
También el periódico El Informador relató en la primera plana del 24 de diciembre de 1930: “Hoy en la tarde y en Estadio Nacional, tuvo efecto una brillante fiesta de Navidad destinada a los niños pobres, patrocinada por la Asociación Nacional de Protección de la infancia que preside la señora del Presidente […]. resultó muy vistoso y gustó mucho un número sobre motivos toltecas, representándose a Quetzalcóatl […] terminando el programa el señor Presidente acompañado de su esposa, procedieron a repartir ropa, dulces y juguetes que asistieron en número de cuatro o cinco mil. Concluida la fiesta se ejecutó el himno de Quetzatcóatl”.
Tras el anuncio en los periódicos estalló el escándalo. Según el historiador Alejandro Rosas, los mexicanos de la época se preguntaban: “¿Quién iba a repartir los regalos a los niños, una serpiente emplumada? ¿Se usaría un dios pagano para celebrar el nacimiento de Cristo?”. En su libro México bizarro, Rosas dice: “La sociedad se opuso por completo a la disposición oficial, no por defender al antipático Santa Claus, sino porque la Navidad era una celebración católica”. Sin embargo, hubo otros que defendieron la empresa.
El escritor e investigador mexicano Rubén M. Campos (1876-1945), escribió para El Universal un texto donde se puede ver el ánimo de la época por el decreto presidencial: “En estos días se ha desencadenado una tempestad en un vaso de agua por la idea lanzada a todos los vientos por el señor Presidente de que se sustituya al viejo Santa Claus por el simbólico Quetzalcóatl. Hay quienes tildan la idea de antirreligiosa o de chocarrera; y ninguno ha justipreciado la idea patriótica de lanzar uno de nuestros más queridos y gloriosos mitos a la veneración y a la popularidad. Aseguran que la universalidad de Santa Claus le da el derecho de permanecer en la imagen de los mexicanos y que sería una profanación desarraigarlo de las imaginaciones infantiles”.
En el debate, unos y otros se cuestionaban cómo podrían “sentirse identificados los niños mexicanos con un anciano vestido de pieles, señor de un trineo que se desliza sobre la nieve, de claro tipo ‘sajón o ruso’ e ‘inmune al hollín de las chimeneas’” en un país “‘donde sólo existe la nieve en las neverías, donde los hombres visten telas delgadas y caminan a bordo de caballos, automóviles o ferrocarriles, pero jamás en trineos’”, explica la doctora en Historia del Arte, Itzel Rodríguez Mortellaro, en su conferencia ‘El renacimiento posrevolucionario de Quetzalcóatl’, en el XXV Coloquio Internacional de Historia del Arte, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
El decreto de Ortiz Rubio fracasó y el 23 de diciembre de 1930, en el Estadio Nacional, se celebró el primer y último festival en el que Quetzalcóatl recibió a niños en un templo construido ad hoc.
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