The New York Times comenzó a publicar crucigramas cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. Este pasatiempo se había hecho muy popular en todo el mundo ya durante los años 20, pero el periódico se había negado a darle hueco en sus páginas. De hecho, en 1924 los había definido como “una clase primitiva de ejercicio mental” y en 1925 aseguraba que era una “moda que se está muriendo rápidamente”.
Hizo falta que el país entrase en guerra para que el diario se rindiera al pasatiempo y, no mucho más tarde, se convirtiera en su referencia en Estados Unidos. El editor, Arthur Hays Sulzberger, aceptó la propuesta del responsable de la edición de los domingos, Lester Markel, que creía que los crucigramas podrían ayudar en tiempos difíciles. En su opinión, los lectores sentirían “la necesidad de una distracción de un tipo u otro”, como recoge Adrienne Raphel en Thinking Inside the Box (“Pensando dentro de la caja”), libro sobre la historia de los crucigramas.
Al otro lado del Atlántico, en el Reino Unido, los crucigramas ya llevaban años publicándose incluso en el prestigioso The Times, lo que le valió alguna crítica. Pero sí mostraron su utilidad no como distracción, sino como arma defensiva. Como cuenta Raphel, un falso concurso de crucigramas organizado por el Telegraph en 1941 sirvió para reclutar a personas capaces de ayudar a descifrar los códigos de guerra de los alemanes.
Aunque no estamos en guerra, es probable que necesitemos una distracción durante la pandemia, y qué mejor que recurrir a los clásicos. Por supuesto, los crucigramas no son solo una distracción: aunque durante mucho tiempo se vieron como una pérdida de tiempo, estos juegos pueden ayudar a mejorar nuestro vocabulario e incluso son un ejercicio mental saludable que contribuye a retrasar enfermedades degenerativas. Además, también son una marca de prestigio para muchos diarios, incluido The New York Times, que tiene suscripción independiente solo para este juego.
Inciso: entendemos que mucha gente ha venido aquí solo por el crucigrama y no le hacen falta excusas para atacarlo, así que aquí lo dejamos. Si nos lees desde la app de EL PAÍS y no puedes ver bien el crucigrama, pincha aquí.
Sigamos: la imagen tradicional del crucigramista era la del oficinista que aprovechaba que su jefe no miraba para sacar el periódico y resolver pistas como “yunque de platero” y “canto canario”. Un poco como el Twitter de antes de internet.
Y, como ocurre con Twitter y las demás redes sociales, en su tiempo se publicaron artículos que se escandalizaban ante la cantidad de tiempo perdido con esta actividad. En su libro, Raphel menciona un estudio que calculó las horas que perdían los aficionados con este pasatiempo. Según publicaba el diario británico Tamworth Herald en 1924, los estadounidenses dedicaban cada día (y entre todos, claro) cinco millones de horas de trabajo a esta “nadería sin provecho”. Como aclara Raphel, el diario no especificaba de dónde salía este cálculo.
Sin embargo, la visión que tenemos hoy en día de los crucigramas es bastante más positiva, quizás porque desde los años 20 del siglo pasado han surgido nuevos supuestos enemigos de la productividad, como internet e incluso las pausas para el café. De hecho, los cálculos sobre miles de horas supuestamente perdidas ahora se dedican al tiempo que pasamos tomando el cortado de media mañana o contestando a mensajes de WhatsApp.
Los crucigramas tienen buena prensa entre los juegos, entre otras cosas por los estudios que asocian su práctica a la prevención de enfermedades degenerativas, como recoge Raphel en su libro. En este sentido, Raquel Rodríguez Fernández, profesora de Psicología en la UNED, apunta que todas las actividades cognitivas pueden ayudarnos a mantener el cerebro activo a largo plazo. No van a evitar que suframos alzhéimer o demencia senil, por ejemplo, pero sí ayudarán a que “el deterioro sea más gradual y menos incipiente”. Actividades como los crucigramas, aprender un idioma o a tocar un instrumento no solo son disfrutables por sí mismas, sino que además “son protectoras”.
Coincide el doctor Alberto Freire Pérez, coordinador del grupo de trabajo de neurología de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, que explica que quienes “estimulan su cerebro (y su organismo) durante las fases anteriores de infancia, juventud y etapa de adulto, presentan mejores resultados cognitivos" que quienes "no habían tenido una estimulación suficiente. A esta capacidad de poseer una suficiente reserva mental que pueda compensar los efectos del envejecimiento sobre nuestra cognición se la conoce con el nombre de reserva cognitiva”. Y resume: “Cuanto más se utilice ese gran músculo, este se verá más fortalecido, responderá y se adaptará mejor al proceso natural de envejecimiento”. Los crucigramas son, en cierto modo, pesas para el cerebro.
Pero no son el único ejercicio posible, claro. Además de pesas, también se puede ir en bici, correr o nadar, dependiendo de las preferencias y necesidades de cada uno. “Un cierto tipo de rompecabezas o crucigramas pueden ser sólo una parte en la defensa contra las alteraciones de la memoria. La lectura, la música y otras muchas actividades basadas en la estimulación cerebral pueden ser la clave”, añade Freire, que apunta además que “los aficionados a los pasatiempos de palabras son mejores en tareas relacionadas con la atención, el razonamiento y la memoria. Los sudokus estimulan la capacidad lógico-matemática y el razonamiento matemático, pero no, por ejemplo, el área del lenguaje”.
Rodríguez, de la UNED, subraya la importancia del esfuerzo: lamentablemente, si ya estamos familiarizados con el estilo y las pistas de Tarkus, en EL PAÍS, o de Fortuny, en La Vanguardia, es probable que nos cueste menos resolver sus crucigramas, al tener gran parte automatizada. Es buena idea probar también con otros autores, otros idiomas o incluso otros pasatiempos.
Aunque no tenemos por qué dejar de lado los que ya nos gustan. Pasarlo bien aunque no nos sirva de nada también es importante y, en cierto modo, protector. Lo que se suele menospreciar por inútil suele ser bastante más útil de lo que insinúan sus críticos: en el peor de los casos, contribuirá a nuestro bienestar, que no es poca cosa y menos en días de pandemia y confinamiento. Como explica la propia Rodríguez, “hay que tenerlo todo cubierto, una salud física buena, una salud mental buena, tener algún hobby, algo que te atraiga, y mantener buenas relaciones sociales. Eso sería lo ideal, tener estos cuatro pilares cubiertos”. Si el crucigrama lo hacemos con alguien, podría ayudarnos en tres. Incluso podemos hacerlo con alguien a través de la distancia: la revista New Yorker acaba de lanzar su modo cooperativo para resolver los pasatiempos de su web "en la época de la distancia social".
En fin, todo esto es por si alguien os ve con el periódico o con nuestro crucigrama y se atreve a sugerir que estáis perdiendo el tiempo. Siempre podéis decir que estáis aumentando vuestras reservas cognitivas y mejorando vuestro bienestar. Aunque lo que de verdad os preocupe sea saber qué palabra de 12 letras es “una buena excusa para ver lo guapo que quedo en pantalla”.
Si alguien se ha quedado con ganas de más, EL PAÍS publica crucigramas y otros juegos online. Tarkus, el autor del crucigrama diario del periódico, tiene aún más juegos en su web.
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